Dentro de un ambiente político en el cual todas las iniciativas vienen del Ejecutivo y la Asamblea confirma su escasa capacidad de análisis independiente, se aprobó con cambios menores los principios que gobernarán las finanzas públicas en el año que viene. La expansión fiscal sigue su ruta descansando en el ingreso extraordinario de dinero que le proporciona el petróleo, aún en las circunstancias actuales de contracción productiva de las empresas privadas, a lo cual se suma los enormes recursos aportados por los contribuyentes nacionales.
Pero ni esa abundancia le alcanza para cubrir su expansión de gasto sostenido que es ya una de las características definidas de la actual administración. Ahora, apela al endeudamiento agresivo tanto interno como externo, dando paso a una nueva etapa que puede devenir en una situación de ahorcamiento fiscal como la vivida a finales de los años noventa y los inicios del siglo actual.
Y es que no es posible seguir con este ritmo de gasto sin ocasionar daños irreparables a la sanidad de la economía. Solo es cuestión de tiempo. Vean las penurias de algunos países europeos y aprecien cómo se pagan estos errores. Nadie puede mantener una vida sustentada en el crédito, con una dependencia mayor cada día y sin mirar de donde se van a sacar los recursos para pagar las obligaciones cuando ellas empiecen a vencer. La progresión del endeudamiento empieza a demostrar su geometricidad y ahí, dar la vuelta es coco y caña. Ya lo hemos vivido. Costó mucho desarmar esa bomba. Muchos ni siquiera lo entendieron y hasta ahora mantienen un discurso acusatorio al ‘endeudamiento’, cuando la responsabilidad recae en ese afán de gastar por gastar. En muchos casos sin ningún sentido ni prudencia. La deuda viene por añadidura cuando la sociedad no repara en las secuelas de manejar las finanzas públicas con déficit crecientes, y lo que es peor en etapas de bonanza.
No es posible que el gasto público en 11 años se multiplique por seis y pase del 24% al 40% del PIB y que las necesidades de financiamiento (renovación y nueva deuda) por 5 300 millones sean el equivalente a todo el gasto público del año 2005. El ritmo con el cual se aumenta el gasto rebasa cualquier relación de crecimiento del país. Lo está deformando, crea problemas en varios sectores y la dimensión puede llegar a un nivel que desborde cualquier pronóstico sobre el tamaño de una posible crisis futura.
Se sostiene que la deuda actual ya no es un problema vital. Así es, pero para llegar a ella hubo necesidad de grandes sacrificios, muchos incomprendidos. Ahora se vuelve a ella, se la protege con convenios que aceptan jurisdicción internacional y se la incrementa a pasos agigantados. Las responsabilidades están claras. Hay que recordar la historia cuando sea necesario.