Ahora Estados Unidos sabe lo que se siente cuando otro país dice que está preocupado por su democracia

Seguidores de Donald Trump asaltaron el Congreso de Estados Unidos. Captura video

Seguidores de Donald Trump asaltaron el Congreso de Estados Unidos. Captura video

Nunca en la historia de Estados Unidos había ocurrido algo como la toma del Capitolio, este 6 de enero del 2021, para impedir la sucesión presidencial. Solo en sus horas más oscuras el sur se separó ante la victoria de Abraham Lincoln en 1860. Se declaró la Guerra Civil. Y en plena batalla secesionista, se llevaron a cabo las elecciones de noviembre de 1864, y la investidura de Lincoln para un segundo periodo en marzo de 1865. Se trataba, en un país frágil entonces, de respetar el poder del voto, uno de los fundamentos de lo que es su democracia.

Que el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, dijera estar “profundamente conmocionado” por el "ataque a la democracia” fue un duro golpe para los estadounidenses a su cultura política. Se supone que es Estados Unidos el país que dice que la democracia de un país está en peligro. Su política internacional está enfocada principalmente a la “defensa de la democracia en el mundo libre”.

También el primer ministro británico Boris Johnson intervino. Y fue más duro que Trudeau. Dijo que eran “escenas vergonzosas”. “EEUU se enorgullece con razón de su democracia, y no puede haber justificación para estos violentos intentos de frustrar el traspaso legítimo y apropiado de poder", escribió en Twitter.

Ahora Estados Unidos sabe lo que se siente cuando otro país dice que está preocupado por su democracia.

Tampoco en su política interna, los estadounidenses se animaron a hablar de defender la democracia o que corría peligro, como lo hizo el presidente electo, Joe Biden.

“Trataron de destruir la democracia y fallaron”, dijo Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado.

El respeto a las Instituciones es el otro valor que ha defendido históricamente la democracia estadounidense. El expresidente George W. Bush dijo que así es como “los resultados electorales se disputan en una República Bananera -no en nuestra República”.

La Cámara de Representantes y la de Senadores estaban reunidas para cumplir un mero trámite formal: reconocer la victoria de Joe Biden en el Colegio Electoral, el 14 de diciembre. Algunos legisladores republicanos, que se habían sumado a la convicción sin pruebas del presidente Donald Trump de que hubo fraude en los comicios del 3 de noviembre, iban a presentar alegatos. Luego de lo ocurrido en el Capitolio, muchos adelantaron que desistirán de hacerlo.

A Trump le estaban cuestionando algo: no es leal con quienes le son leales. Alentar a sus simpatizantes reunidos frente a la Casa Blanca para “marchar por la avenida Pensilvania hasta el Congreso”, fue un duro golpe para dos que le han sido absolutamente fieles: el vicepresidente Mike Pence y McConnell.
 
Ambos siempre estuvieron del lado del Mandatario en estos cuatro años. McConnell, por ejemplo, apuró la nominación de la conservadora Amy Coney Barret como jueza de la Corte Suprema en sustitución de Ruth Bader Ginsburg. No reconoció la victoria de Biden hasta la votación en el Colegio Electoral. Y Trump no se lo perdonó. Con lo ocurrido, el Presidente dejó a ambos en un lugar incómodo ante la violencia política y las consecuencias que pudiera tratar.

A las 20:15, los legisladores volvieron a sesionar a la espera de ratificar el triunfo de Biden.

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