Polarizar fue ventajoso para el Presidente. Le permitió definir la agenda política, copar la escena pública y mantener a la oposición desvalida: sin ideas, propuestas y audiencia; sea la élite de Guayaquil, los partidos políticos, los empresarios u otros sectores. Pero la posición frente a la prensa tiene otros bemoles, por los embates contra la expresión de opiniones contrarias o la presión para que algún periodista pierda presencia, y sobre todo porque empuja a la sociedad a actuar conservadoramente al ser la pasiva -acrítica- transmisora de la posición oficial. Ya hay casos de autocensura de la prensa, de cambios de posiciones, de silencio discreto o modos sutiles de mostrar disposición hacia las posiciones del Gobierno, luego de la creciente dependencia de la propaganda gubernamental.
La prensa ecuatoriana ha sido una de las más pluralistas de la región, por los numerosos medios de radio, TV y prensa escrita que tenemos y porque nuestro fraccionamiento social-regional no lleva a que cantemos la misma canción. Pero hay sectores gobernantes para los que la prensa debe acolitar al Gobierno, ir en su línea, “reconocer” lo que hace y logra; considera oposición y crítica negativa discrepar, mostrar sus fallas, la corrupción, los juegos poco democráticos, o sea lo que existe en todas partes. Su visión religiosa y triunfalista no le permite admitir sino las Pascuas. No aceptar su discurso sería ir contra su propuesta.
Sin considerar los principios, ese no puede ni debe ser el rol de la prensa, de cualquier tendencia sea. Este es un error político en sí, porque lleva a lo contrario. Europa del Este tenía la prensa más aburrida. Solo se sabía lo que hacía el Gobierno, lo que quería que se sepa de afuera, el deporte, las fiestas locales. A la postre este sistema no logró adhesión al Gobierno, sino lo contrario; ser joven, por ejemplo, era por definición ignorar al poder y la prensa, es decir ser conservador.
¿Vale una sociedad aburrida que exulte y repita lo oficial? Esto envenenaría al Gobierno. En efecto, no hay poder al que le guste rectificar, ver errores, mejorar, sopesar sus éxitos, si no es por fruto de la crítica. Lo que pasa en salud es suficiente ejemplo de que sin la prensa Correa no podrá gobernar bien. Sus próximos no le dirán lo que anda mal y su genio no da para un entorno plural. Tiene que ser la sociedad la pluralista. Correa optó por un complicado sistema de una cabeza que decide y unos ejecutores que cumplen lo que él dice. Este tipo de función pública exige más control y a la larga lleva a la paranoia. Por eso, la mirada externa, de rechazo y crítica, es indispensable, pues el Presidente debe saber que para congraciarse con él hay funcionarios que adaptan cifras y discurso a su conveniencia; es la construcción de la mentira, el veneno que mata a cualquier Gobierno. Mañana saldrá la verdad convertida en lo inconfesable.