El yachay Atawanca Valenzuela, del pueblo Pasto-Cuasquer (Colombia), dirigió un ritual para solicitar permiso a la tierra, al agua y a las montañas previo al inicio de los juegos indígenas. Foto: José Mafla/ EL COMERCIO
Llevar un sambo (una especie de calabaza) rodando de un lugar a otro, en una precipitada carrera de 40 metros, es uno de los juegos indígenas tradicionales en Imbabura.
Hay más de un centenar de estas prácticas lúdicas ancestrales, explica Alberto Quilumbango, estudiante de la Universidad de Otavalo, que impulsa un proyecto para recuperar estas actividades recreativas.
El último fin de semana se realizó un encuentro entre estudiantes indígenas de la zona urbana y campesinos de los pueblos Otavalo, Karanki, Natabuela y Kayambi.
El duelo fue organizado por la Federación de Indígenas y Campesinos de Imbabura y la Unión de Organizaciones Campesinas de Cotacachi (Unorcac), en el marco de la celebración de Kapak Raymi (Fiesta del Príncipe, en kichwa), que coincide con el solsticio de diciembre.
Casi exhausto, tras la carrera de sambos, Segundo Yacelga, uno de los 10 retadores que corrieron empujando la calabaza con la mano, explica que hay otra modalidad más exigente.“Esa implica llevar el sambo -también en 40 metros- impulsándolo solo con la cabeza”.
Unas 100 personas fueron testigos del encuentro de juegos tradicionales indígenas. La cita fue en el parque San Sebastián, en la ciudad de Otavalo. “El objetivo es que se conozcan y se respeten estas actividades, que subsisten en las localidades indígenas”. Así explica Quilumbango.
También calcula que en las parcialidades kichwas de Imbabura sobrevive una veintena de juegos. De ellos, 12, que son los más conocidos, forman parte de su investigación. Entre ellos está el curiquingue, el chasqui, la pelada de papas, los tres pies, la pelea de gallos, la carrera de sambos, la resortera, la carretilla, los encostalados, el trompo, las tortas y San Bendito.
En el primero, por ejemplo, una persona que permanece de pie, con las manos atadas a la espalda, tiene que recoger un pequeño envase con chicha, ubicado en el suelo, usando solamente la boca. Luego de tomar la bebida tiene que lanzar para atrás el envase y mojar a los curiosos.
Según Alfonso Morales, presidente de la Unorcac, los juegos se ponen de moda en diferentes temporadas y sitios. Así en Cotacachi el trompo se hace bailar en noviembre.
También ese mes se practica masivamente el juego de las tortas o fréjoles de colores. Esta dinámica consiste en botar una pelota saltarina pequeña sobre una mesa. Mientras cae la bola el participante debe tomar una, luego dos, tres, cuatro… tortas antes que la pelota rebote. El que no lo logra pierde.
Santo Quilumbango, morador de la parroquia de Quichinche (Otavalo), explica que también hay juegos que se realizan solo en los velorios, mientras se despide a un ser querido.
Uno de ellos es el zapallo. De acuerdo con la tradición, una persona se sienta en cuclillas y es atada de pies y manos. Luego otros dos participantes lo trasladan de un lugar a otro, tomándolo por los codos, ante la risa de los asistentes.
Esas prácticas tienen que ver con la cosmovisión indígena, que ven a la muerte como un paso a una mejor vida, explica Santos Quilumbango.
La mayoría de juegos tradicionales se practica durante este mes, asegura Morales. “Eso tiene que ver con la celebración del Kapak Raymi, que hoy está dedicado a los niños y jóvenes”.
Ahora, las organizaciones indígenas buscan que las prácticas lúdicas ancestrales se incluyan como una materia de cultura física en los planteles educativos locales, para que estos saberes no se pierdan.