Buenos Aires. AFP
Diego Armando Maradona comprobó en carne propia que ninguna leyenda ni mano de Dios puede salvarlo del trago amargo de las derrotas como entrenador, en un año en que al frente de la selección se rompió el hechizo que rodeaba su imagen idolatrada.
A los 49 años, el DT argentino bajó abruptamente a tierra desde el Olimpo al que había subido como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos y se convirtió en un simple mortal, sometido a la tiranía de los resultados.
Su amada albiceleste fue humillada como pocas veces en la historia con una goleada antológica de Bolivia por 6-1 en las eliminatorias sudamericanas del Mundial de Sudáfrica 2010.
“Yo sufrí con ellos (los hinchas argentinos) y cada gol de Bolivia era un puñal en el corazón”, se lamentó aquel día en La Paz. Para colmo, experimentó la más insoportable de las caídas en el clásico contra Brasil, sin pena ni gloria, con un lapidario 3-1 como local.
“(Lionel) Messi es mi Maradona”, había declarado para darle aliento a quien Europa considera el mejor jugador de la actualidad, pero la estrella del FC Barcelona español ha estado apagada en la selección.
Decepcionó su equipo ante el asombro de millones de fanáticos que lo vieron por TV desplomarse tristemente en Asunción ante Paraguay por 1-0, de igual modo que lo habían visto derrumbarse en Quito ante Ecuador 2-0, con el flaco consuelo de victorias ante Venezuela 4-0 y Colombia 1-0.
Durante todo el año, las encuestas a los aficionados revelaron duras opiniones desfavorables al entrenador y una mayoría que pedía que abandonase el puesto por los malos resultados.
Al borde del abismo y del adiós al Mundial, lo que hubiese significado el fracaso más estrepitoso de su carrera en el fútbol, tuvo que pedirles a sus hombres jugar con alma y vida ante Uruguay en el Centenario de Montevideo.
“Me despierto a las cuatro de la madrugada para hacer un equipo”, declaró en aquel entonces al admitir que el oficio de DT le quitó el sueño, literalmente.
Sin grandeza ni buen fútbol, apenas con espíritu de lucha, sin darse lujos y vestida con el overol del obrero, la Argentina de Maradona se clasificó con angustia ante la Celeste, con un gol sobre la hora del talentoso Mario Bolatti, como un rayo de luz en la oscuridad. “Ganamos, pero no nos engañemos porque con esto en la primera ronda del Mundial nos dan un cachetazo y quedamos afuera”, comentó el ‘Matador’ Mario Kempes, goleador en la selección campeona de Argentina 1978.
El desahogo de Maradona en el festejo se convirtió aquella noche en un descontrolado tropel de insultos con connotaciones sexuales dedicados a los periodistas argentinos que lo habían calificado de inepto para dirigir.
“Si quedábamos afuera del Mundial, yo me tenía que ir a vivir a Haití”, reflexionó con humor realista el hombre que aceptó en 2008 el desafío de ser el seleccionador, a sabiendas de que ponía en riesgo el mito y los laureles.
Ahora está llegando la hora de la verdad, en camino a Sudáfrica, donde Argentina jugará en primera ronda con Nigeria, Corea del Sur y Grecia, a los que Maradona no considera fáciles, aunque no hay nada en el mundo que lo sea para él, cuando el encantamiento se ha esfumado.