La intolerancia del presidente Correa a manifestaciones de rechazo de la ciudadanía pasó hace rato de lo anecdótico y se convirtió en asunto de Estado. Trece personas han ido a prisión desde junio del 2007 hasta abril de este año. El patrón ha sido parecido: el apresamiento de personas que, con gritos o gestos, han incurrido en supuesto desacato o en irrespeto a la majestad del poder. En varios casos, el Presidente ha participado personalmente en los operativos de aprehensión.
Al igual que cuando se justificó la actitud de Correa la mañana del fatídico 30 de septiembre ante los policías sublevados, hay quienes prefieren quedarse con las explicaciones basadas en el carácter y el estilo presidenciales, y hasta se ha llegado a atribuirle poca inteligencia emocional.
Entre tanto, desde el poder se justifican los exabruptos descalificando a los agresores: uno estaba drogado, otra es esposa de un ex funcionario de Fabián Alarcón; igual que en su momento se quiso descalificar a un activista argentino que lucha porque la muerte de su hijo no quede impune, por el delito de que su padre fue parte de una dictadura …
Sin embargo, el tema de discusión debiera ser el impacto social de la conducta reiterada de quien, precisamente por ejercer el poder, debe ser tolerante. También puede ser sano discutir por qué una sociedad que más bien ha sido irreverente con el poder tolera que un estilo se vuelva toda una política. ¿Tienen razón quienes hablan de miedo?