No es la primera vez que unas declaraciones del Presidente levantan tanto alboroto en el conjunto de la opinión pública. Basta recordar las que marcaron el ritmo de la insubordinación, las investigaciones, las detenciones, los juicios y los perdones alrededor del 30-S; o aquella con la cual el país debía sentirse orgulloso porque antes no había tomógrafos y ahora sí. También está la más reciente, sobre las bondades de la tarjeta de crédito en épocas de desempleo…
Sin embargo, las que se registraron la semana pasada sobre la situación financiera de Solca y la alusión a la enfermedad del legislador disidente Oswaldo Larriva cobrarán una trascendencia particular por el contexto en el que fueron pronunciadas: crisis económica y desgaste del Gobierno.
En esta década de figura poderosa, Rafael Correa ha hecho de la confrontación y del debilitamiento institucional sus principales armas de lucha política. Casi siempre, ese estilo de presidente frontal y sin pelos en la lengua le significó adhesiones y réditos electorales. Pero ahora despiertan enormes preocupaciones y molestia, porque han cambiado las condiciones.
El cáncer es un drama que muy pocas familias no lo han tenido cerca. El Mandatario se equivoca cuando pretende darle una fría explicación, ideológica y burocrática, a un problema tan humano. Su error es doble cuando hace del reclamo de los directivos de Solca una plataforma de confrontación y desafíos como si se tratara de cualquier otro asunto menos doloroso. Las instituciones no trascienden por decreto, se hacen fuertes día a día por el servicio que prestan a la sociedad. Por eso, un tercer yerro es pensar que la gente asumiría con tranquilidad un eventual paso de Solca a manos del Ministerio de Salud. ¿Acaso el Gobierno no oye todas las críticas al modelo económico vigente?
La prudencia discursiva es indispensable en un gobernante, ya que cuestionar la objetividad de un asambleísta porque padece cáncer solo causa una profunda desazón.