Si son tan honestos, lo normal sería que aparezcan y demuestren que las denuncias sobre supuesta corrupción son falsas y que expliquen que nadie ha sido beneficiado incorrectamente.
Pero no, la lógica de la reacción es la del publicista que sabe que con ignorar la denuncia consigue el olvido y la del abusivo que tiene la certeza de que con poder no hay fiscalización y que conoce que más rentable es amedrentar.
Así ocurrió con el caso Chucky Seven, cuando ni uno solo de los involucrados o interesados hizo el más mínimo esfuerzo por demostrar que la denuncia de lo que podría ser el más desvergonzado fraude judicial de la historia del país puede ser falsa.
Ocurrió con los ‘pativideos’, con las cuentas del gasto electoral, con los contratos del Gran Hermano, con los chalecos para los motociclistas, con las mañoserías de un gobernador del Guayas.
Ahora es el caso de Vialmesa. Frente a una aparentemente fundamentada investigación de El Universo, que habla sobre un fraudulento mecanismo para beneficiar a la familia del jefe del aparato propagandístico del Gobierno, la respuesta es el prepotente silencio de quien no siente la obligación de explicarle a la sociedad lo que ocurrió. Ni una sola palabra para demostrar que la denuncia de los oscuros negocios en el transporte de la urea es falsa.
Apenas hubo un infamante “eso es chisme y chisme mal articulado”, expresado por el tío de los chicos quienes, según El Universo, consiguieron el monopolio de la distribución de la urea que el Gobierno importa y subsidia.