“Se necesitan nuevas inteligencias. No se puede seguir mirando el mundo
de la misma manera. Hay otras economías”. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Rodrigo Tenorio Ambrosi (Cuenca, 1942) es doctor en Psicología Clínica y se especializa en psicoanálisis y psicoterapia. Ha sido profesor en la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) durante 30 años. Realizador de 25 investigaciones socioculturales. Ha publicado 20 libros y dos colecciones sobre sexualidad y jóvenes. Fue articulista del diario Hoy.
¿Qué implica la presente conmoción social?
Conmoción es un cambio radical, desde el punto de vista emocional, que se produce cuando hay eventos externos que no son controlables. La conmoción es como un terremoto psíquico y, mientras va prolongándose ese statu quo, la mayoría de las personas sienten los efectos.
¿La exacerba el estado de excepción?
Toda alteración de la cotidianidad moviliza a los sujetos. Cuando es por un día, dos días, se soporta. Pero el tema nuestro es ya de un año y hay una posición psíquica de temor. La sociedad ya podría dividirse en dos partes: la gente a la que no le importa y le da la espalda al covid; y la otra parte de la sociedad que está preocupada por la situación, que toma en serio todas las estrategias de protección. Entonces hay un enfrentamiento social; porque los que se cuidan saben que los otros destruyen la existencia común.
¿Es una división solidaridad-hedonismo?
Más bien entre solidaridad y quemeimportismo.
Que es mucho peor…
Es mucho peor. Es dar la espalda a la problemática. Vive como quieras es, en última instancia, el pensamiento… y si tenemos que morir ya moriremos. Ese quemeimportismo es la causa del malestar social actual, porque ha pasado más de un año y creímos que la curva de la pandemia iba a descender, pero ha subido, gracias a las nuevas generaciones que no han hecho caso de las normas sociales.
Pero hay un problema de subsistencia también…
Sí. Los estratos populares son los que más sufren y menos posibilidades de cuidado tienen, porque tienen que trabajar presencialmente. Hay un segmento grande de la población urbana que vive en un cuarto y es sumamente difícil quedarse allí. En los primeros siete meses del año pasado, solo en Quito hubo 14 niños y 17 mujeres asesinadas en casa. Visto eso, vamos al otro gran problema, lo que se puede evitar a través del uso de la mascarilla y que el quemeimportismo destruye, porque hay un fatalismo que arrastramos idiosincráticamente hace siglos, que nos hace decir ‘de algo hemos de morir’.
Nuestra cultura pasillera, nuestro hado fatalista…
Sí, podríamos hablar de nuestra cultura pasillera, tristona, absolutamente derrotista, de ahí emerge el qué me importa, la vida no vale nada…
Esto, en lo urbano; pero en la ruralidad hay fiestas multitudinarias, como en Imbabura o Loja. ¿Cómo los sectores rurales e indígenas asumen la muerte?
La vida es celebración. Todo se celebra en la zona rural. Ellos prefieren la celebración o morir celebrando. Más que una tradición, es casi una genética. Y aun así, no han recibido del Estado una ayuda de carácter cultural que les permita amansar a este ídolo interno, para que desde ahí se soporten las cosas.
Habló del miedo, un factor que hace que las cosas se salgan de control…
El miedo es el primer gran protector del ser humano. Pero veamos a este grupo de 200 personas bailando en Quito, o las fiestas de Imbabura: perdieron el miedo porque lo más importante es la celebración y una celebración contestataria. En ese elemento contestatario está el quid. Aquello que explica el hecho de que se reúnan justo cuando los autoridades lo prohíben. La sociedad se basa en los contestatarios.
¿La sociedad necesita a estos contestatarios?
Por supuesto. Si no existiera este factor contestatario, no habría sociedad. Además, el hecho de que alguien sea contestatario, ayuda a los otros a cuidarse mejor.
Tampoco hay certezas de que esto finalice. ¿Hay un futuro complejo?
Las guerras siempre produjeron cambios. Me parece que esta pandemia es como un escenario de guerra. A Europa y a Estados Unidos superar la Segunda Guerra Mundial les permitió un crecimiento de toda índole. Suena horroroso lo que voy a decir, pero sin guerra no habría sido tan fácil ese escenario. Después de las grandes tempestades no vienen las calmas de antes. Esperaría un rejuvenecimiento de la cultura humana.
Serán tiempos nuevos, tiempos salvajes, como dice la canción…
Esta pandemia debe producir cambios radicales en muchas cosas de los sistemas de salud o educativos. En todo orden. Se necesitan nuevas inteligencias. No se puede seguir mirando el mundo de la misma manera. Hay otras economías: de materiales, de los afectos, de las certezas.
¿Viene un salto cualitativo para la mente humana?
Hay que pensar en otro mundo. Por eso ponía el ejemplo de la Segunda Guerra Mundial. Europa quedó hecha añicos y en una década cambió. Creo que el Ecuador podría analizar algo así con el nuevo Gobierno. Parecería que tiene gente preparada y lúcida, pero se necesita no solo eso sino visionarios, que no sean repetidores de la historia de siempre.