Es triste e inaceptable que un Jefe de Estado insulte a sus mandantes, pero es trágico que niegue haberlo hecho cuando hay pruebas de que lo hizo. Y lo trágico se puede convertir en cómico y aún más inaceptable- cuando el Jefe de Estado en su negación utiliza argumentos que uno pensaría que solo pueden ser redactadas por tinterillos de comisaría. Esto a propósito de la contra demanda por injurias que el presidente Rafael Correa presentó en contra de Miguel Palacios Frugone, el pintoresco y exuberante psiquiatra que hoy preside la Junta Cívica de Guayaquil. Palacios, otro suelto de huesos, pero que a diferencia de Correa no es Jefe de Estado, había demandado por injuria a Rafael Correa porque este, en uno de sus shows sabatinos, le había dicho “siquiatra mafioso de Guayaquil”, “perro socialcristiano” y “aniñadito de Urdesa al que se le acusa de violaciones”. En el largísimo alegato de defensa, no solo que se niega lo que el Primer Mandatario aparece diciendo en videos y grabaciones, sino que para deslegitimar a Palacios se recurre a vivezas de abogadillos para afirmar, palabras más palabras menos, que el Presidente no estuvo en una “sabatina” o que no se menciona de qué país es el mandatario en cuestión.Lo que más golpea es ver a un país al que ya no solo no le sorprende ver a un mandatario insultar semanalmente a conciudadanos suyos, sino constatar la desfachatez de presentar una defensa como esta que, además, va a acompañada de una demanda por 400 millones de dólares en contra del suelto de huesos de Miguel Palacios.