No hay nada reprochable en que la coordinadora nacional de Pachakutik, Fanny Campos, se haya acercado a la “derecha oligárquica y al yugo de los banqueros que sometieron al pueblo indígena”.
Tampoco lo es que el excandidato presidencial Guillermo Lasso haya buscado a un movimiento político del que se puede afirmar que siempre sacó tajada en los momentos de grave crisis, comprometiendo el orden democrático. ¿Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez no sintieron acaso la presión indígena en las calles y en las destituciones del Congreso?
Menos, censurar la indignación de la dirigencia de la Conaie y su amenaza de castigar a Campos por el ‘sacrilegio’ de haber conversado con Lasso, César Montúfar y Gilmar Gutiérrez. Total, la política ecuatoriana vive del orgullo y del prejuicio; es incapaz de fijar una agenda de concertación nacional y trabajar por ella, más allá de las profundas diferencias que siempre van a existir entre partidos y actores sociales.
El diálogo entre opuestos suele ser público y notorio en cualquier país donde las divergencias construyen una democracia sólida. Pero en Ecuador, la franqueza no ha sido bien vista. Por eso, en legislaturas fraccionadas como las que se sucedieron entre 1979 y el 2007, las alianzas fantasmas permitieron la aprobación de las leyes a través de mayorías móviles que siempre fueron efímeras y cuestionadas.
Lasso y Campos no deben ser vistos como políticos oportunistas. Tal vez su ingenuidad sea el único pecado que se les puede endilgar.
El Ecuador no está listo para dialogar y punto. Así, la agenda de las oposiciones para frenar la reelección indefinida, que meses atrás parecía ser el único derrotero contra el correísmo y su proyecto autoritario, se quedará sin una plataforma. El camino jurídico para llegar a una consulta está cerrado y la posición de los indígenas contra Campos diluye la posibilidad de una movilización en torno a ella. El Gobierno debe estar muy agradecido con la Conaie.