El periodista y escrito Francisco Febres Cordero exaltó el libro de Diego Cornejo que fue presentado la noche del miércoles.
En un acto que terminó convirtiéndose en un acto de exaltación a la libertad de expresión, Febres Cordero se solidarizó con Cornejo quien ha sido objeto de la persecución del Gobierno por haber participado en las audiencias internacionales donde se acusa al régimen de no respetar la libertad de prensa.
Aquí la intervención íntegra de Francisco Febres Cordero:
INTERVENCIÓN DE FRANCISCO FEBRES CORDERO
Cuando el viernes último, a las 10:47 de la mañana, Xavier Michelena me entregó una fotocopia de este libro para que lo leyera y comentara, lo primero que se me ocurrió fue contactarme con el juez Juan Paredes, no para que me ofreciera una cátedra sobre lectura dinámica sino, más bien,
para que, aprovechando el envión, me hiciera llegar un chucky seven con el análisis ya escrito.
La tarea encomendada por Michelena me pareció tan ardua para mis flacas fuerzas, que en lo más íntimo maldije no integrar las huestes de la revolución ciudadana a fin de estar inscrito en esa red que hace prodigios con el copy page y, con solo aplastar una tecla o introducir un pent drive allí donde asoma un orificio, convierte en auténtico lo falso y en legal lo tramposo y, encima, hace ganar cuarenta millones de dólares a un desposeído y manda tres años a la cárcel a cuatro poseídos por el demonio de la libertad de expresión.
Sin embargo, pasada la hora de los sustos, nunca dejaré de
agradecer lo suficiente al editor de Nux Vómica por la tarea que me impuso: el último fin de semana resultó para mí no solo gratificante, sino aleccionador por lo tanto que aprendí, por lo tanto que disfruté, por lo tanto que me conmoví, por lo tanto que recordé.
Allí, en esas casi quinientas páginas que devoré con avidez, volví, como en tantos otros días, a encontrarme con ese Diego Cornejo con quien compartí la ilusión de ver publicado mi primer libro cuando él era el editor de El Conejo y, luego, el vértigo de las tareas periodísticas, durante muchos años.
Feroz, Diego Cornejo, terco, gritón y malhablado, cabreado,
nervioso, exigente, demandante en sus requerimientos, implacable, demoledor en sus críticas, maniático en el cumplimiento de compromisos y de horarios. Como si todo esto fuera poco, tiene el defecto de catar los vinos y comentar sobre sus efluvios, su color aterciopelado y su cuerpo,
cuidar su gastritis con café descafeinado y ser alérgico al tabaco. Pero también es generoso hasta el límite, tierno hasta el llanto, soñador, ilusionado, solidario y estúpidamente creativo como novelista, pintor, diseñador, diagramador, crítico, historicista, gourmet y experto manejador de todo lo que tenga relación con la tecnología y aledaños.
Así es él y así está de cuerpo entero en este libro cuyo nombre no me remite a ese medicamento homeopático que contiene estricnina, sino a la alquimia, a los prodigios que resultan de la combinación de unas substancias con otras en los silenciosos duermevelas de los nigromantes.
Nux Vómica es una explosiva mezcla de la dulzura con la ira, de la poesía con el análisis sociológico, de los sentimientos con la reflexión. El resultado, sí, es un medicamento que, en estos tiempos oscuros, le reconcilia a uno con el ser humano, le devuelve, en medio de la desesperanza, la esperanza, le restituye al enfermo la pasión por la verdad, le cura las lacerantes heridas que le dejaron las traiciones de políticos mendaces o de amigos que, con ese silencio al que José Hernández se refirió hace poco, avalan las calumnias más ruines proferidas contra aquel que fue su amigo.
Yo recuerdo que cierta vez el homeópata me recetó nux vómica para paliar mis penas. Ahora, sin ostentar otro título que el de un doctorado en empirismo, recomiendo esta Nux Vómica para recuperar nuestra memoria histórica, para re-conocernos mejor y para reflexionar sobre nuestra realidad y la del mundo. Pero también la recomiendo para acompañar en el trayecto, largo y tortuoso, a quien ha sido un permanente e inclaudicable luchador de las causas más justas, para adentrarse en los arcanos del alma humana, para entender mejor el permanente combate de un escritor con la palabra, para mirar la literatura con ojos más abiertos, para paladear los sabores de la pintura, para aquilatar la labor de aquellos que hicieron del arte una misión, para no sentir temor ante la necesidad de expresar ternura, para insuflarse de valor ante la injusticia.
El libro, que recoge artículos, crónicas y conferencias desde 1995 hasta 2007, resulta corto en sus quinientas páginas. Es largo, en cambio, en sus conocimientos y saberes. Y es deleitoso, rico, escrupulosamente salpimentado en su escritura. Va de aquí para allá y por eso mismo, a pesar de que tiene un orden, puede ser leído en completo desorden, hay capítulos largos y hay otros más cortos, hay asesinos y hay toreros, hay dictadores, hay prófugos, hay músicos y-como si estuvieran pintadas con la sutil evanescencia de la acuarela- hay mujeres, hay actores, hay muertos que siguen vivos en el dolor y en la nostalgia y hay –sobre todo hay- emoción, pasión y una fuerza que sale desde adentro del autor, desde los más recónditos rincones de su memoria
y desde las experiencias más gravitantes de su vida transhumante, que le permitió recorrer los territorios más lejanos, así como adentrarse por los inextrincables recovecos del espíritu, sus muchas grandezas y sus muchas miserias .
Como ustedes habrán notado no soy objetivo ni soy imparcial en mis juicios; tampoco me interesa serlo porque simplemente la admiración hacia Diego Cornejo no me lo permite, peor en estos instantes en que el oficio de periodista que él ha ejercido tan viejamente –y al que en su obra dedica un largo espacio- es injusta, brutal, bárbaramente zaherido por aquellos revolucionarios de mentirijillas que buscan erigirse en dueños absolutos de la verdad y, a espaldas de otros lenguajes pero, sobre todo a espaldas de la democracia, vapulean a todo aquel que piensa diferente, lo persiguen, lo estigmatizan, lo calumnian y, por último, pretenden aherrojarlo en la celda pestilente del silencio, la sumisión y el vasallaje para así reinar impunemente en uso y abuso de sus bastardos intereses.
“El periodismo, al menos como yo lo entiendo, es una aventura vital en la que no se puede perder jamás la capacidad de asombro”, dice Diego Cornejo al hablar sobre su oficio. Nos falta, Diego, nos falta a ti y a mí y a toda esa pléyade de buceadores de la realidad que no hemos cedido
ante las veleidades del poder, asombrarnos todavía mucho más, tal vez hasta que ese fruto del nogal termine por curarnos a base de vomitar, día tras día, nuestros desencantos, nuestra indignación, nuestra rebeldía en cualquier espacio que encontremos porque, de eso estoy seguro, aún en la mazmorra más abyecta a la que anhelan conducirnos, nos sentiremos libres, solidarios en nuestros sueños y esperanzados de ver – a pesar de nuestra provecta edad- un nuevo y menos neblinoso amanecer.