La política no les roba el amor materno
Una madre joven. Diana Atamaint no deja de hablar de política con sus hijos, Estefany y Mauricio, de 16 y 12 años. Les ‘obliga’ a ver noticieros en la TV.
A través de mensajes de texto y de llamadas telefónicas, las madres del Gabinete están en contacto con sus hijos.
Ocho de las 12 ministras tienen hijos de entre 27 funcionarios de ese nivel.
Se trata de las tres ministras coordinadoras de Desarrollo Social, de la Política y de la Producción. Además de las titulares de Educación, Cultura, Industrias y Productividad, Inclusión Económica y Social, y de Transporte y Obra Pública.
En las noches, Gloria Vidal, a la cabeza de Educación, telefonea a Camila, de 20 años; Nataly, de 18, y Nicolás, de 17. El último le pregunta qué le pasa cuando la nota estresada.
También discute con él sobre las alternativas de trabajos monográficos que puede presentar, ya que este año se gradúa.
Ella se siente respaldada por el presidente Rafael Correa, quien, según dice, charla con sus ministros sobre la familia. Él entiende sus ausencias en los gabinetes itinerantes si le comentan que asistirán a cumpleaños de sus hijos, primeras comuniones, etc.
En la Asamblea Nacional también hay madres. En Alianza País, la bancada más numerosa con 54 legisladores, hay 23 mujeres. Siete de ellas tienen hijos. En el PSP, cuatro de las 18 legisladores son madres.
En el partido roldosista hay una mamá, Gabriela Pazmiño, esposa de ‘Dalo’ Bucaram.
En Madera de Guerrero, cuatro de las siete legisladores son mujeres, pero solo Cynthia Viteri es mamá y abuela.
Entre los cinco emepedistas solo existe una mujer, María Molina, madre de cinco hijos.
De Pachakutik, Magali Orellana es madre de un bebé de ocho meses y Lourdes Tibán lleva seis meses de embarazo.
En el ADE hay dos madres, Nivea Vélez y Rocío Valerazo, de siete varones. En la bancada del Prian no hay mujeres.
La Ministra y sus tres hijos
Si no fuera por Martín Páez, de 9 años, Jeannette Sánchez se quedaría ‘enchufada’ al Ministerio de Coordinación de Desarrollo Social, todo el día, como admite.
“Hago un esfuerzo grande para desenchufarme con mis hijos de la sobrecarga de trabajo que tenemos en el Gabinete”, relata.
Aunque el pequeño, que cursa el tercero de básica en el Liceo Internacional, la delata. “Mami a veces te veo muy temprano o muy tarde como un robot frente a la computadora...”.
Ella confiesa que desde que fue nombrada Ministra de Inclusión Económica y Social, en enero del 2007, sus horarios de labores se han extendido. Además, debe asistir a los gabinetes itinerantes y a los viajes que se le encargue.
Sale temprano de su casa en Cotocollao, en el norte de Quito, y llega a las 20:00. Hoy incluso sufre de insomnio. A veces se levanta a las 05:00 si no pudo despachar la tarea el día anterior.
Pero en realidad, la familia Sánchez Páez nunca ha sido como el prototipo. Los padres, ahora divorciados, siempre han tenido una agenda apretada. atestigua Pedro Javier, de 22 años, el segundo de los tres hijos. El primero es Julio Francisco, de 23. Uno estudia Matemáticas y otro Ingeniería de Sistemas, respectivamente.
Además, la familia se acostumbró a tener un vínculo con la política. El ex esposo de Sánchez es Pedro Páez, quien fue viceministro de Finanzas entre diciembre del 2005 y abril del 2006 y en este Gobierno se desempeñó como ministro de Política Económica.
Los dos estudiaron en la Universidad Católica, en Quito, donde conocieron a Fander Falconí.
Pedro Javier afirma que su madre se da tiempo para conversar con ellos, atender sus llamadas y responder sus mensajes de texto.
Sánchez comúnmente mantiene largas sesiones con por lo menos siete ministros del área social y con el titular de la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades). Todos saben que si en su celular aparece el número de uno de sus hijos pedirá un minuto para atender.
La Ministra sostiene que es un doble esfuerzo el que hace y confiesa que como es evidente ahora tiene menos tiempo para sus hijos. Sin embargo, trata de manejar esta responsabilidad, “que considera temporal y vital para contribuir a que el país dé un vuelco”, según dice convencida.
“No seré la primera ni la única, mire a la (Michelle) Bachelet”, señala en referencia a la ex presidenta de Chile.
Al llegar a casa, en la noche, lo primero que hace, según Martín, es preguntarle si ya comió. Luego hablan de cómo estuvo el día en la escuela. Él hace las tareas en casa de sus abuelos paternos. Allá también llegan los hijos de su cuñada Ximena Ponce, ministra de Inclusión Económica y Social.
En la noche, Martín juega con su perro Puppy y antes de dormir ve ‘Los Simpons’ con su mamá, quien se recuesta un rato con él. Ella pone música, le gusta la banda sonora de Alicia en el país de las maravillas. Vela su sueño por minutos.
“El tiempo es limitado. No somos supermujeres sino personas normales y tratamos de estirar las horas para compartir con los hijos”, insiste Sánchez.
Diana se divide en dos
En Morona Santiago, la tierra de Diana Atamaint, le preguntan continuamente por qué tiene solo dos hijos. Estefany y Mauricio Baldajos, de 16 y 12 años.
La asambleísta de Pachakutik cuenta que los shuaras tienen en promedio de cinco a 12 niños. Por eso les parece tan extraño que ella apenas tenga dos.
Atamaint soñaba con procrear por lo menos cuatro hijos, pero se divorció y hoy con 38 años se siente contenta de criar a una pareja. Tiene el respaldo de su novio, Álex Remache, economista y maestro de la Universidad Andina Simón Bolívar.
Desde que nació su hija mayor, Diana supo que las cosas no eran fáciles para una madre estudiante. Entonces cursaba los primeros años de Ingeniería Comercial. Con el apoyo de sus padres pudo ser ama de casa y dedicarse a la niña hasta que cumplió 3 años.
Eso no ocurrió cuando nació Mauricio. Sus ocupaciones laborales la obligaron a dejarlo al cuidado de su hermano. Por eso cada vez que él le pide ir al cine o salir a comer algo lo consiente.
La carrera política hace que Atamaint enfrente a diario un sentimiento de culpa, por no poder dedicarle todo el tiempo a sus dos hijos. Cierta vez, cuando era subsecretaria para la Amazonía del Ministerio de Agricultura y Ganadería tuvo que tomar una decisión que todavía le duele.
Se había comprometido con la Cámara de Agricultores para asistir a un evento. Ellos postergaron la reunión porque querían que estuviera ella y no un delegado.
Cuando iba camino al Puyo, rumbo a la cita, recibió una llamada telefónica, le contaban que su hijo se había caído.
Le dijeron: “Parece que se rompió el brazo”. No sabía qué hacer, no podía plantar a la gente y decidió pedir a su familia que se hiciera cargo, participar del evento y regresar pronto a casa.
Sus hijos dicen estar acostumbrados a ese ajetreo. Por eso, para Mauricio, su hermana es como su segunda mamá. Estefany lo cuida y le recuerda sus obligaciones escolares. Sin embargo, el lazo con Diana es fuerte.
La niña sonríe al recordar las típicas preguntas que ella les hace vía celular, cuando sabe que llegaron de las tareas dirigidas.
¿Ya comieron? ¿Hicieron los deberes? Luego les indica que todavía se tardará. La carrera política de su madre les ha enseñado a madurar. Durante los tres meses de la campaña electoral estuvieron al cuidado de alguien que contrató su madre.
Los fines de semana, Estefany y Diana duermen hasta tarde y Mauricio no tiene problemas para prepararse un desayuno rápido. Se hace sánduches de atún y huevos revueltos.
La asambleísta no se avergüenza al admitir que no sabe cocinar. Dice que el oficio de ama de casa le parece admirable, pero muy complejo. No entiende cómo las mujeres pueden definir qué prepararán en el desayuno, en el almuerzo y en la cena, sin repetir ni aburrir a sus familiares, cada día.
Los chicos ríen y cuentan que cuando Atamaint llega, van a su dormitorio. “No puede olvidarse de la política, nos cuenta de la Asamblea y nos pide dejarla mirar las noticias en la tele”.
Puro amor con sus niñas
El nacimiento de Pamela, de 17 años, la primera hija de Betty Amores, fue resultado de una rigurosa planificación.
La asambleísta de Alianza País y su esposo Jorge Cevallos fueron novios por cinco años. No quisieron comprometerse hasta terminar sus carreras universitarias. Y al hacerlo, convivieron durante tres meses antes de resolver casarse.
Amores es ordenada, no deja cabos sueltos. En la Asamblea parece muy dura, una vez le gritó, fuera de sus casillas, al asambleísta Rafael Estévez, en el Pleno. La escena se puede ver en YouTube.
Pero esa imagen se opone a la que muestra en casa, donde llena de ternura recibe el abrazo de su hija menor, Camila, de 10 años, quien tiene síndrome de Down.
La sienta en sus piernas, casi a las 22:30, del martes pasado. Una hora antes recién logró salir del edificio legislativo. Ese día, los indígenas se tomaron los accesos para que se escucharan sus pedidos en el informe de la Ley de Aguas.
“Mis hijas son mi refugio”, apunta la asambleísta. Y recuerda que ella y su esposo querían darle un hermanito a Pamela y sufrieron mucho en el intento.
Amores tuvo cuatro pérdidas antes de lograr sostener un embarazo. “Mi médico fue un tipo descarnado”, asegura. Le recomendó hacerse un examen de líquido amniótico porque tenía 40 años. “Podría venir un niño mongólico”, le advirtió.
Pero la asambleísta y su esposo querían ser padres otra vez. Así que ella se cuidó mucho durante los últimos seis meses de gestación. Entonces era la asesora de la diputada Anunciata Valdez.
Esperaron a su segunda niña con ilusión y recién el día del parto empezaron a aprender qué era el síndrome de Down.
Pamela corta la tensión del recuerdo y deja en evidencia a su madre: “Le encanta estar en pijama. Las dos experimentamos en la cocina. Aunque al comienzo su especialidad eran las sopas de sobre y el arroz con huevo”.
La adolescente está orgullosa de su madre. “Me hace full feliz tenerla de mamá. Me da risa verla en la tele. Se la ve superdura. A mi papá le dicen pobre con esa mujer, pero solo dice lo que piensa”.