Toda parecía normal en la jornada electoral en La Floresta, en la escuela Quintiliano Sánchez. La puerta de ingreso angosta no causó mayor problema para quienes ingresaban, apenas una pequeña demora que podría incrementarse porque las elecciones no son solo un evento cívico, sino también un acontecimiento social.
El reencuentro con personas que no se han visto en años no dejaron de darse. Y hasta se decían: “votarás bien”.
-Vote a conciencia, decía una rubia a unos cuantos amigos con los que se encontraba-. Yo lo hice y no creo que sirva de nada.
En la Universidad Politécnica Salesiana, en cambio, la puerta de entrada era ancha, sin embargo el problema se registró adentro. Con solo dos gradas habilitadas para subir en el primer piso, hubo un cuello de botella que bien pudo convertirse en un problema. En el ir y venir de las mesas, la aglomeración preocupaba a los ciudadanos.
Si el pasillo era angosto, son cosas de la arquitectura. El problema real era otro: la poca previsión. En medio del pasillo había una grada que bien pudo servir de evacuación, como diría el sentido común. Pero no, esta se encontraba clausurada con dos pupitres y un policía que vigilaba que nadie pasara por ahí. No importaba los apretones. Y ante los reclamos, la mejor respuesta del uniformado fue: “ya voy a preguntar”. Con no menos iniciativa respondió una personera del CNE: “ya voy a averiguar”.
Y eso no era lo más grave. Al lado de la grada, estaba la junta número 9, cuyos votantes pugnaban por entrar en medio del lío, apretones y empujones. Una mala previsión, nada más, que fue incómodo, pero en esas cosas siempre hay que pensar.