ESPECIAL: El 30-S contado en imágenes
Impotencia, dolor, frustración, ira… Son algunos de los sentimientos que aún experimentan los familiares de tres de los cuatro policías y militares fallecidos el 30 de septiembre pasado.
Para conocer lo que vivieron ese día, este Diario recogió los testimonios de los familiares de los uniformados Froilán Jiménez, Darwin Panchi y Efrén Calderón.
Uno de los casos más impactantes y paradójicos es el de Jiménez, quien murió por proteger la salida del hospital de la Policía del presidente Rafael Correa.
“El primero en ser llamado a transparentar lo sucedido es el Presidente, porque mi hermano estuvo de escudo humano suyo”, exclama entre sollozos su hermana Carlota. “Pero a nadie le interesa y nosotros nos quedamos destrozada la vida. El Presidente dijo que nos iba a ayudar…pero desde el 30 de septiembre no hemos sabido nada de él. Ni siquiera se ha preocupado por ayudarnos a determinar quién mató a mi hermano. Nosotros sabemos que fue una bala militar, que dispararon cuando el Presidente les ordenó sacarlo, sin importar nada”.
Precisamente, uno de los enigmas irresueltos de este caso es establecer de dónde salió la bala que mató a Jiménez.
Carlota recuerda que ese día estaba en Loja, de donde era oriundo Froilán. El resto de sus hermanos, Iván, Rosa, Tania y Sandra, seguían por la televisión la sublevación desde esa ciudad. De repente, observaron la incursión militar que empezó a ser transmitida en vivo por los canales de televisión. En medio del atropellado rescate vieron estupefactos cómo uno de los policías se desplomaba sobre la vía, alcanzado por una bala. A las 22:15, la familia supo que el policía caído era Froilán.
Ese día fue tormentoso para toda la familia, especialmente para su madre, Flor María Granda, de 56 años, quien vive en Jacapo, un caserío del cantón Quilanga.
Tras conocer sobre la revuelta policial, ella salía y entraba de su casa tratando de tener noticias de su hijo. Era el tercero de los nueve hermanos de la familia Jiménez-Granda. Desde hace cinco años era policía y parte del Grupo de Intervención y Rescate (GIR).
Estaba en contacto permanente, vía celular, con Mayra Uvidia (también policía), quien era la pareja de Jiménez desde el 2007. Ambos procrearon a Gabriel Santiago, que el pasado 7 de octubre cumplió dos años. Mayra y Froilán vivían en un departamento alquilado en La Ofelia. Ese 30 de septiembre ella estaba libre.
Desesperada por la muerte de su hijo, Flor emprendió el viaje a Quito, a las tres de la madrugada.
Lo ocurrido esa noche cerraba un amargo capítulo que había empezado un mes atrás, cuando Flor se separó de su esposo, Cristóbal Jiménez (59), quien se había mudado a otra vivienda, cercana a Jacapo, con sus hijas: Lizbeth, de 15, y Heidy, de 12. La familia estaba dividida.
Al siguiente día los esposos se reencontraron en el departamento de Froilán, en Quito. Junto con ellos estuvieron sus hijos Carlota, Sandra e Iván, con quienes tramitaron el traslado del féretro a Jacapo. El pueblo donde Froilán compartió su niñez con otra veintena de niños en las aulas con piso de tierra de la escuela Shushufindi.
Luego de la partida de Froilán, sus padres no han vuelto a separarse. En su vivienda aún permanecen intactos sus recuerdos, los uniformes, las fotografías, el único consuelo para sus parientes…
Panchi era hijo único
Darwin Panchi acababa de cumplir 21 años. Pocas semanas antes, en julio, se había graduado como soldado en la Escuela de Formación del Ejército Vencedores del Cenepa de Ambato. Desde pequeño ese era su sueño.
Panchi era el único hijo de Amada Ortiz, una modesta vendedora de caramelos, que tiene su puesto en el parque de Archidona.
Ese 30 de septiembre ella terminó su jornada laboral temprano y se retiró a su vivienda, en el sector Barrio Lindo.
Mientras caminaba escuchó a sus vecinos que comentaban acerca de lo que ocurría en Quito. Ya en casa encendió el televisor y supo que los militares preparaban un operativo para rescatar al Presidente de la República. Luego se fue a dormir.
No sospechaba siquiera que su hijo estaría entre los 900 militares que ese día participarían en la incursión al hospital.
También era parte de la Escuela de Formación Gabriel Días, tío de Panchi, quien tampoco sabía que su sobrino estaría en la operación, que se ejecutó a las 20:30.
Dos horas más tarde, mientras el Gobierno festejaba en Carondelet el rescate del Mandatario, Días recibió una infeliz llamada. Un Coronel desde Quito le informaba que su sobrino había recibido un balazo en la cabeza. Su estado era muy delicado.
Entonces pidió a su suegro David Ortiz y a su esposa Rocío que le acompañaran a Quito, porque Darwin había sido herido en el pie. Al llegar la Hospital Militar, la tía del soldado se enteró de la verdad. Su primera reacción fue cuestionar por qué se había encomendado una operación tan peligrosa a un muchacho tan joven.
La atormentaba la idea de que su sobrino podría quedar paralítico. Pensó en su propio hijo que padecía discapacidad, luego le asaltó la imagen de su hermana Amanda, quien había perdido la vista. Al día siguiente llegó al hospital la madre de Panchi, quien fue intervenido para retirarle un proyectil que le perforó el cuello.
Apenas vio a su hijo corrió a abrazarlo y le dio un beso: “No puede ser, no puede ser”, repetía la mujer desconsolada.
Además de Panchi, en ese centro estaban hospitalizados 19 militares más, que el 2 de octubre recibieron la visita del Presidente. Pocas horas después, a las 18:30, el joven soldado falleció.
Buscaba su ascenso
“Papi ven”. Con un celular en mano, Anderson, de un año, entabla un diálogo imaginario con su padre, el policía Efrén Calderón. Los ojos de Alexandra Cadena se humedecen al ver a su único hijo, que recorre de un extremo al otro por la estrecha sala de la casa, enviando saludos a su esposo, que fue asesinado el 30-S. “Esto es lo que más me duele”, dice la viuda, de 26 años.
Tampoco han podido recuperarse de su temprana partida sus hermanos Nancy, de 40 años; Nuria (38) y Darwin (37). Efrén era el menor de todos.
“Yo le cuidaba, le decía que soy su papá”, cuenta su hermano, quien es sargento de la FAE. Tomándose la cabeza con las manos recuerda ese jueves trágico. “Efrén me llamó al mediodía. Me dijo: ñaño estoy aquí en Quito. Cuando acaben las manifestaciones voy por ti para irnos a Ibarra, a visitar a mamá”.
Cuatro días antes, el policía había llegado desde Tena, en Napo, tras cumplir el curso de ascenso a cabo segundo. Ahí vivió cinco años y conoció a su esposa, Alexandra, quien trabaja en el Hospital Regional. Es fisioterapista.
Ese día, Darwin, que estaba concentrado en la Base Aérea de Quito, le recomendó a su hermano mantenerse al margen de las protestas. “Tranquilo ñaño el problema es en el Regimiento Quito 1, y yo estoy en el Centro”.
En Tena, Alexandra estaba serena. A lo largo del día, Efrén se comunicó varias veces con ella y con Darwin. La última vez que lo escucharon fue a las 19:30.
Luego, su hermano supo que Efrén estaba herido en el Eugenio Espejo, hasta donde acudió cerca de la medianoche. Uno de los médicos se le acercó y le entregó un reloj, un anillo y una billetera. “Esto es lo único que queda de él”.
Destrozado, ingresó a una sala y encontró el cadáver de su hermano. “Ñaño levántate. Tú no estas muerto”, le dijo. Luego se desmayó… Alexandra se enteró de su muerte al día siguiente. “Efrén fue acribillado frente al Mercado Central, en donde no hubo enfrentamientos”, dice su esposa.
Su familia cree que murió en un tiroteo con militares que también hirieron al cabo Leonardo Caiza y a un subteniente. Efrén recibió un tiro que le destrozó la aorta.
En su domicilio, Alexandra no pierde de vista a su hijo, que sigue simulando un diálogo con Efrén.