Nadie de dentro o fuera del Gobierno ignora que uno de los pasivos del presidente Rafael Correa, que va a la par con su popularidad, es su capacidad de generar conflictos. En las encuestas -gobiernistas y de las otras- con las que se cerró el 2010, un alto número de ciudadanos opina que el estilo presidencial es algo que debiera cambiar para el 2011.
Si esa evaluación fuera producto de la huella que dejaron los absurdos acontecimientos del 30 de septiembre, no debiera haber mayor motivo de preocupación. Pero el Mandatario ha hecho al inicio de este año varias declaraciones que pueden ser fácilmente calificadas como imprudentes. Ante los delincuentes detenidos en la Penitenciaría del Litoral acusó a asambleístas de derecha, con nombres y apellidos, de ser los culpables de que “la gente se pudra en la cárcel”, lo cual es una incitación al odio.
En una conversación con la prensa en Guayaquil, ciudad a la que está dedicando mucha de su energía, dijo que es preferible dejarse asaltar que perder la vida por defender un bien, lo cual resulta parcialmente cierto, pero también puede leerse como invitación a la indefensión ciudadana y a la acción delictiva.
Tampoco fueron afortunadas sus declaraciones sobre los barrios ilegales en Guayaquil, cuando, al ofrecer casas a quienes estaban asentados en invasiones, las incentivó. El Presidente sabe aprovechar sus cualidades mediáticas, pero también se vuelve víctima de ellas. Se podría decir que se trata de un tema frente al cual no hay nada que hacer o, como han hecho algunos, recurrir a la justificación de que solo se trata de un tema de estilo. Se dice con razón que el estilo es el hombre, pero el estilo es siempre perfectible.