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Lecturas divergentes sobre la participación de Ecuador en la Cumbre de las Américas

El presidente Correa participa en la VII Cumbre de las Américas. Foto: Rodrigo Arangua / AFP

El presidente Correa participa en la VII Cumbre de las Américas. Foto: Rodrigo Arangua / AFP

El presidente Correa participó en la VII Cumbre de las Américas. Foto: Rodrigo Arangua / AFP

Según el lugar en donde políticamente se ubiquen las personas, se interpreta lo que fue la participación del presidente Rafael Correa en la VII Cumbre de las Américas, que finalizó el sábado en Panamá. Para los contrarios no fue otra cosa que la expresión del anclaje de la política ecuatoriana en el pasado; para los aliados, una voz más de la dignidad de los pueblos latinoamericanos que no quieren ser más el ‘patio trasero’ de EE.UU.

Las cumbres son -en ocasiones- escenarios propicios para la política local. Ya lo advirtió en el 2009 el entonces presidente brasileño Lula. Ese año, en la cumbre de la Unasur, que trató sobre el bombardeo colombiano en Angostura, fue uno de los pocos que pidió que no se transmitieran las intervenciones presidenciales porque -palabras más, palabras menos- no servían para solucionar el conflicto sino para quedar bien con sus pueblos.

Eso fue más o menos lo que ocurrió en Panamá. Correa sostuvo que “la prensa latinoamericana es mala, muy mala” y, por tanto, “mortal” para la democracia y que “ nuestros pueblos nunca aceptarán nuevamente la tutela, la injerencia y la intervención de nadie”, en referencia a Estados Unidos.

Barack Obama respondió que “es posible utilizar a EE.UU. ­como una gran excusa muy cómoda debido a los problemas políticos que pudieran suceder a escala nacional”.

El problema sería, según el analista Franklin Ramírez, que en ocasiones Correa “no logra trascender la dinámica de la política local”. Pero centrar la atención en ello sería también parcializado, si de entender las posiciones que en América Latina aún están en juego en una Cumbre de la Américas que nació de una iniciativa de EE.UU., cuando el neoliberalismo fue la corriente ideológica dominante y luego el surgimiento de gobiernos de izquierda en la región.

“El enfrentamiento entre Correa y Obama debe ser visto en el plano de esas dos corrientes, porque es evidente que las ideologías importan. Las interpretaciones que se hacen sobre esa disputa están atravesadas por las distintas concepciones de democracia que existen”.

Ayer, el canciller Ricardo Patiño reiteró la posición ecuatoriana y destacó el papel de Correa: “Fue el único presidente que no asistió” (a la cumbre de Cartagena en 2012) para exigir la presencia de Cuba en las cumbres futuras. Pero también sostuvo que la “incoherencia” de la política exterior de Washington pudiera convertir a Venezuela en otra Cuba.

Pero para Simón Pachano, catedrático de la Flacso, Ecuador no supo medir el momento. “Quedó claro que había una misión en la Cumbre: buscar un orden internacional que era Cuba y EE.UU. Había otros países que se anclaron en el orden viejo, como Venezuela y Ecuador. Se quedaron en el pasado, pero Cuba y Estados Unidos prefirieron mirar hacia adelante”.

Pero desde el Gobierno se entiende que el decreto es el anuncio de otra Cuba: “En 1989 se dijo que Panamá era una amenaza para Estados Unidos, y luego la invadieron”, dijo Patiño.

Para Fander Falconí, excanciller del correísmo, Correa es uno de los ganadores al “plantear sus propios desafíos de política exterior, tener voz altiva sobre los hechos fundamentales de coyuntura internacional, como la normalización de las relaciones diplomáticas con Cuba y la solidaridad con Venezuela”.

Posición contra EE.UU.

El presidente Rafael Correa generó una de las mayores polémicas con el presidente estadounidense Barack Obama. Desde los sectores de la izquierda se destacó su capacidad para enfrentarlo, junto a Nicolás Maduro, Evo Morales y la argentina Cristina Fernández, al denunciar “el saqueo practicado por el imperialismo en la región, su permanente desestabilización de gobiernos democráticos y populares y la inco­herencia de la postura estadounidense, que fustiga a algunos gobiernos latinoamericanos por sus supuestos déficits democráticos pero convalida las bárbaras teocracias del Golfo Pérsico”, según escribió Atilio Borón, uno de los mayores analistas de izquierda en Argentina, en el diario de Buenos Aires, Página 12.

La apertura hacia Cuba

Los cubanos prefieren no hacerse falsas expectativas sobre una pronta normalización de las relaciones con Estados Unidos, aunque quedaron impresionados y felices con el histórico encuentro entre los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, en la Cumbre de Panamá.

Mientras tanto, Obama, tomará una decisión “en los próximos días” sobre la posibilidad de retirar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, lo que permitiría levantar una serie de sanciones a la Isla, dijo ayer el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest.

Para sacar a Cuba de la lista, EE.UU. debe llegar a la conclusión de que “durante los últimos seis meses” el país no se ha implicado “en el apoyo, asistencia o complicidad de actos terroristas.

Los otros países

Perú será la sede de la próxima Cumbre de las Américas, en el 2019. Pero este país, y otros de la región, como México, Colombia, Brasil y Uruguay, que no jugaron en la primera línea de la cita en Panamá, sino que miraron expectantes lo que ocurría entre Cuba y Estados Unidos -según el analista político Simón Pachano- forman parte del tercer grupo de países, que no son incondicionales con Estados Unidos, pero tampoco sostienen ese discurso político de la izquierda más radical.

La posición de Brasil es aún un poco más ­compleja. Condenó el Decreto estadounidense que considera a Venezuela una amenaza, pero a la vez pidió que el gobierno de Maduro libere a los presos políticos.

En contexto

El viernes y el sábado, 35 delegaciones de los ­países latinoamericanos del Caribe se reunieron en la VII Cumbre de las Américas, en Panamá. Las dos posiciones ideológicas fundamentales de la región se expresaron en el plenario de los presidentes.