Hace poco la ex canciller María Fernanda Espinosa decía en un enlace de los sábados que en la expulsión de la embajadora Hodges estaba de por medio la dignidad de los ecuatorianos porque se había atentado a la dignidad del Presidente.
Luego alguien más dijo que por encima de lo que represente la Atpdea para el Euador estaba, asimismo, la dignidad del Presidente. Y que la dignidad del Presidente estaba muy pero muy por encima de los intereses comerciales de todo el país.
Parece que la dignidad del Presidente se ha convertido en la más sensible prioridad del país y que todos debemos asumir su defensa como si se tratara de una santa causa.
Pero hay otra dignidad que está lastimada y por la que ningún funcionario sale ni a reclamar ni a desgarrarse las vestiduras. Es la dignidad que fue arrastrada, una vez más, cuando el Presidente ordenó a sus ‘tonton macoutes’ que arresten a una mujer por haberle hecho con el dedo una señal que no era de su gusto.
Tener un Mandatario intolerante, como el que salió a gritar y pedir que se arrestara a Irma Parra por el incidente del dedo es indigno para una sociedad que tenga las más mínimas pretensiones democráticas. Tener un Presidente que no es capaz de asumir que representa a quienes creen o no en él y que sale de su vehículo para insultar a Irma Parra no solo atenta a la dignidad de los mandantes sino que humilla y averguenza.
Parece que alguien está reescribiendo los códigos de conducta social y ahora la única dignidad a la que se debe respetar es la del poder.