Es legítimo que un ciudadano común y corriente vote nulo. Es una opción que la democracia acoge y tolera.
Bajo esa premisa, no tendría nada de malo que el presidente Rafael Correa haya apostado por esa opción, el lunes, durante un encuentro con jóvenes en el coliseo Los Quitus de la capital.
Pero como Correa no es un ciudadano de a pie, lo que dijo aquella mañana amerita una lectura un poco más precavida. Su declaración puede analizarse desde dos enfoques: el institucional y el político.
Que un Jefe de Estado promueva el voto nulo suena, por decir lo menos, extraño, pues él sabe que el poder político se conquista con sufragios válidos. De lo contrario, no habría ganadores y el Estado se quedaría sin autoridades.
En todo caso, las reflexiones sobre cómo opera una democracia formal quedan en segundo plano si nos detenemos en el aspecto político.
Sugerir el voto nulo para quienes no quieren hacerlo por su candidato en Quito (¿lo será todavía?) demuestra que su liderazgo no funciona bien en los momentos adversos. Ese mensaje no solo fue un golpe bajo para el alcalde Augusto Barrera. Es la certeza de que Correa cuando no gana, al menos, busca empatar.