Un cuadro de madera con la leyenda “Nuestra casa es su casa”, da la bienvenida al hogar del coronel Rolando Tapia.
Desde hace 18 meses él no vive allí, pues fue detenido en la cárcel 4 de Quito, acusado de un supuesto atentado a la seguridad del Estado. Hoy se juega su última carta para recuperar su libertad.
Su historia empezó el 30 de septiembre del 2010, cuando estaba a cargo de la Escolta Legislativa. Ese día un grupo de policías se insubordinó en reclamo de sus derechos laborales. El Gobierno y la Fiscalía acusaron a Tapia de presuntamente haber evitado que la sesión de la Asamblea se realizara. Allí se discutiría el veto presidencial a la Ley de Servicio Público, que motivó la insurrección.
Sin embargo, la defensa del oficial sostiene que la reunión fue suspendida por decisión de la entonces presidenta encargada del Legislativo, Irina Cabezas, porque “no había las garantías necesarias”. Este hecho consta en las actas oficiales del Parlamento.
Para la esposa del coronel, Yolanda Cortez, Tapia es víctima de una persecución política, que busca justificar la tesis gubernamental del supuesto “intento de golpe de Estado”. Por ello teme que en la última instancia -la casación- no se valoren las pruebas presentadas y solo se siga el guión de las dos instancias anteriores, que condenaron a Tapia a tres años de prisión.
Los jueces Merck Benavides, Gladys Terán y Johnny Aylluardo convocaron a la audiencia para las 11:30 de hoy. Ellos serán los encargados de ratificar o desestimar la pena impuesta al coronel Tapia, de tres años de prisión. También deberán pronunciarse sobre los casos de los policías Mario Flores, Patricio Simancas, Francisco Noboa, condenados a 18 meses; y a los gendarmes Carlos Tasinchana y Marco Tibán, condenados a un año de prisión.
Desde que fue apresado, el oficial ha sufrido dos graves crisis de su salud, causadas por la claustrofobia que padece. La primera fue en la cárcel 4 y la segunda en el ex penal García Moreno. “Su salud está muy quebrantada por la claustrofobia, cuando le dio la segunda crisis yo tuve que ir a ayudarle y llevar un médico de afuera, porque ahí no hay médico, no hay nada. Ahora está mejor, pero igual su enfermedad no tiene cura y mientras esté encerrado no estará bien”, dijo Cortez.
El Ministerio de Justicia lo transfirió nuevamente a la cárcel 4, para evitar mayores problemas de salud del uniformado.
Allí Tapia aprendió a pintar en óleo, como una forma de distraerse y matar el tiempo de encierro: también toca la guitarra. Cortez ha tenido que asumir el rol de padre y madre. Tiene tres hijos, dos mujeres y un varón. El mayor, Pedro José (24 años), estudia en Panamá. Las otras dos, Leslie (23) y Jeniffer (20), viven con su madre, en Cumbayá.
Las tres mujeres van todos los miércoles y sábados (días de visita) a la cárcel 4. Le llevan comida, libros, implementos de aseo… Ellas esperan que los jueces sean imparciales y que esta vez les den la razón. “Para mí es duro, nadie entiende lo que se vive. Cuando tenía algún problema, llegaba a la casa y podía conversar con él, ahora no está.”, asegura la mujer.