El cinismo se perfecciona cuando mientras se ejerce el poder, cualquiera que sea su índole, existe la convicción de que no tiene límites ni peligros. El cinismo alcanza su cumbre cuando el poder se ejerce con descaro.
Esta forma de sentir y vivir el poder han sido patentes en esta semana. Cuando el presidente Correa, durante la inauguración del nuevo edificio de la Fiscalía del Guayas, hizo chistesitos alusivos a la impresentable visita de un asesor suyo al fiscal Antonio Gagliardo se evidenció que ahí existe una percepción de un poder ilimitado. Tan ilimitado que hasta el sentido del humor se extingue.
Afirmar, como en efecto lo hizo, en esa misma tribuna que no “existe nada” dentro del proceso en contra de El Universo, refiriéndose a las serie de evidencias que apuntan a que su abogado personal fue el autor de la sentencia, es tener la percepción de que su poder tiene ganada la existencia eterna. De que pase lo que pase, a mi no me pasa nada.
Hablar sin empacho de su demanda, que se suponía era privada, y de la sentencia que le otorga 40 millones durante la inauguración de un edificio público, en compañía del Fiscal y de los más altos tribunos que restructurarán la administración de justicia, es clara evidencia de que la idea que tiene del poder que controla es de que es inmune a todo.
El cinismo es una demostración grosera de poder. Solo quien administra poder, cualquiera sea su índole, puede darse el lujo de ejercerlo sin empacho. El problema es que aquel que cree que el poder es eterno está equivocado del medio a la mitad.