Jorge Ribadeneira Araujo, un periodista de larga y fructífera producción literaria, entregó a la sociedad quiteña y al país un muy importante libro intitulado ‘60 Anécdotas Quiteñas’.
No es una novela, sino la historia exacta y detallada de los acontecimientos en la capital del Ecuador, entre otros, en el año 1932.
En las 263 páginas una de las 60 anécdotas, la número 23, recoge los hechos históricos de la sangrienta Guerra de los Cuatro Días.
En esa anécdota aparece el horrible producto de la siembra de odio en una sociedad, ya que la intervención de militares y civiles determinó que se produjeran entre 1 000 y 1 500 muertos.
(El presidente Neptalí Bonifaz, a quien tropas adictas defendían, llegó a exclamar que si lo descalificaban en el Congreso, “la sangre subiría al tobillo” Ó. Efrén Reyes).
La anécdota enfatiza en el asesinato –durante esa guerra- del celebrado músico ecuatoriano Cristóbal Ojeda Dávila, de apenas 22 años, a quien le debemos el pasillo Ojos Negros y el que constituye el himno de Loja A orillas del Zamora.
Transcribe los testimonios de la época, como este del dirigente don Alfonso Ortiz Bilbao:
“Los Cuatro días fueron el tétrico aullido de las granadas que desgarraban cada minuto el cielo azul y radiante de nuestra amadísima ciudad en medio del ululante clamor de las batallas que se desarrollaban en las calles, pero en rigor dentro de nuestra almas, pues se profanaban los campos que idealizó la juventud”.
“Con inenarrable angustia nuestra madre nos imploraba no dar un paso más allá de la puerta de calle ni subir a la azotea, pues cualquier instante una bala asesina podría terminar con nuestra existencia, como acabó con tantas otras… Fueron los cuatro únicos días en que supimos lo que era tener hambre y tener sed”.
El asesinato de Cristóbal Ojeda Dávila, se consumó de la siguiente manera, según el autor:
“Lo más triste fue lo que le sucedió en el último día de la cruenta y feroz batalla librada en las calles y en los rincones de Quito. Entraron a su casa unos tipos ¿quiénes? y comenzaron a disparar.
Dijeron que buscaban al teniente Humberto Vizuete e incomprensiblemente se las tomaron con el joven artista. Según los indicios, no sabían quién era. Su hermana Laura rogó a gritos que no le mataran. “Pero fue inútil. La furia de los Cuatro Días hizo lo suyo. El joven Ojeda Dávila recibió más de un disparo fatal”.
Hoy, cuando en el país aparece una atmósfera de pasiones negativas, incluida el odio, el Poder político deberá meditar en el peligro de que los ciudadanos se enfrenten en luchas de orden físico.
El Ecuador de hoy jamás repetirá una guerra de los Cuatro días, pero podría producirse una lucha grave y altamente perjudicial.
Deben tener en cuenta la historia, porque el espíritu de la gente continúa, como siempre, en defensa de la libertad.