Rubén Darío Buitrón
“El alma es una venada perdida en el bosque del cuerpo”, escribe el poeta ecuatoriano Julio Pazos Barrera.
Dotado de una enorme capacidad para crear imágenes, sonidos y ritmos, Julio Pazos Barrera (Baños, 1944), estrena su duodécimo libro y ratifica con él las infinitas posibilidades de la creación literaria cuando se la hace con pasión por la exactitud de las ideas y de las palabras.
“El libro del cuerpo”, bajo el sello editorial Eskeletra, contiene 34 poemas y confirma, según el prologuista Luis Carlos Mussó, que Pazos “es una de las voces con mayor raigambre en el país”.
Enamorado de su tierra, de sus montañas, de sus aguas, de sus olores, de sus paisajes, de sus mujeres, de su geografía y de su historia, el poeta muestra su elaborado oficio en textos que, como toda buena poesía, no se reducen al efectismo o al relámpago estético sino que provocan danzar alrededor de propuestas que inducen a la reflexión, la filosofía, el deseo, el gozo, el sufrimiento, la libertad:
“… El hombre es de polvo indoblegable/ y no soporta ataduras./ Encadenado por sí mismo, pronto romperá la cadena/ el pedestal, su propio andamio,/ y arrojará los pedazos en las cumbres y el llano del cielo”. (Manía de redactar memorias).
Con ritmo lento, pausado, lúcido y sensual, pletórico de resonancias, ecos y multiplicaciones, Pazos construye sus textos como si cada línea y cada verso quisieran decir por sí mismos mucho más de lo que dice el conjunto (el cuerpo) del poema. “… Merodeo en la identidad/ como quien se mira desde lejos/ y cataloga el aire y el tránsito de sus leves alegrías”. (Aporte)
El sentido del cuerpo camina a lo largo del libro como un solo eje que, al mismo tiempo, son decenas de sentidos. En sus poemas no está solamente el cuerpo concebido desde lo erótico, que es apenas un fragmento de la realidad, sino desde todas las posibilidades expresivas y simbólicas que lo corporal es capaz de transmitir.
“Retorno al beso,/ a ese más blanco y dulce/ que la carne de la chirimoya;/ a ese que me acompaña/ con sus alas vibrantes,/ mojadas con la sangre/ que derraman los dioses/ en sus noches de fiesta./ El beso se repite/ y me camina/ en toda la extensión/ de la selva del cuerpo”. (Efusión)
Julio Pazos Barrera transita festivo y elocuente por los alrededores del alma materializada. La explora, la asume, la reinventa, la vuelve urgente, fugaz, intenso, pero, en simultáneo, la vuelve lenta y apacible, la vuelve lúcida, la vuelve reverente. La vuelve evocativa y nostálgica.
“… Ellos, mis dulces muertos, reclaman acciones que no fueron/ ni serán,/ ni con todo el dolor que me arrasa podrían ser./ (…)/ Acciones que muertas serán incómodos trastos/ en la mansión de mis incansables muertos”. (Represalias).
La escritura camina hasta los bordes del infinito de la palabra en busca de nuevos decires y sentires. Y esa actitud, temeraria y comprometida, hace de Julio Pazos un poeta incansablemente poeta.
“… El sentimiento de la composición es un felino indomable./ Sin batalla, sin logística./ Todo es arrastrar la presa en la inmensa página”.