Poemas de los amores imperfectos

Rubén Darío Buitrón
 EL COMERCIO

En 1955 -recuerda el poeta argentino Jorge Boccanera-, el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti regresa a Montevideo del brazo de Dolly, su cuarta mujer, con quien vivirá en el viejo edificio de la calle Gonzalo Ramírez, frente al río.

YA NO
Ya no será
ya no no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré  tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de  verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos querernos
esperarnos estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya no serás para mí
más que tú. 
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca.
Como esa noche nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
Un día cualquiera, bajando por el ascensor, lee un poema escrito para él. Boccanera dice que esos versos hablaban de un enorme  sentimiento que, apenas concluido, se quedaba sin memoria:

“Hoy el único rastro es un pañuelo/ que alguien guarda olvidado/ un pañuelo con sangre semen lágrimas”.

El poema estaba firmado por Idea Vilariño y estaba dedicado al amor más esencial de su vida: Juan Carlos Onetti.  Idea amaba tanto al novelista que enfrentó todos los prejuicios sociales y no  tuvo pudor alguno en expresar  públicamente sus sentimientos.

Sus biógrafos cuentan que siempre buscó la manera de estar cerca de Onetti, incluso a pesar de  Dolly, incluso con la complicidad de Dolly: “Me enteraba dónde vivía Juan Carlos y alquilaba una casa lo más cerca posible, para estar junto a él”, contaría años después.“Yo no tenía celos de Dolly  -decía-, ni ella tenía celos de mí”.

 Idea  era un ser tocado por dos sentimientos cuya turbulencia nunca pudo controlar: la poesía y el amor.

Sufriente, agónica, profunda, intensamente oscura, intensamente clara, Idea solamente pudo sostenerse gracias a su capacidad de escribir y volcar en la literatura, de manera simultánea, el fulgor y la devastación que le dejaban sus encuentros y desencuentros amatorios.
 
Vilariño nació en agosto de 1920 y murió en abril de este año.

Su vida y su poesía, que recién ahora se las empieza a valorar y reconocer,  fueron un diálogo voluptuoso y desesperado con la soledad, con alguien que llenaba su soledad pero que no era tocable, que no era posible a menos que ella, Idea, admitiera la posibilidad de amar en la incertidumbre  y el miedo:      

“Estás lejos y al sur/allí no son las cuatro (...)/ tirado en una cama/la tuya o la de alguien/ que quisiera borrar/ -estoy pensando en ti y no en quienes buscan/ a tu lado lo mismo que yo quiero...”.
 
Apasionada y urgente, la poesía de Idea Vilariño desbordaba ansiedad y un inmenso deseo de luz, un inmenso deseo de oscuridad acogedora:

“Sin él/ aquí/ sin él./ Su fuego  susurrando”.

Mientras Idea volcaba toda su inquietud de alma en la escritura, Onetti intentaba encontrar su lugar en el mundo, hallar su propio escenario donde existir desde la narrativa.

La relación entre los dos caminaba por el hilo de lo impredecible -afirma Boccanera-. Un día que Onetti la visita, Idea le dice que no puede recibirlo, pues debe asistir a una reunión de militantes de izquierda.

Onetti  le advierte que si se va no lo verá más. Ella decide irse. Cuando vuelve halla una nota de despedida y sus propios poemas regados por el piso.

 Idea comentaba que Onetti fue el hombre más importante de su vida, pero confesaba que ese amor atravesó de tristeza su vida.
“Ayúdame a entender lo nuestro”, le dijo un día Onetti.  Pero el amor no tiene lógica, decía ella. El amor es imperfecto. 

Fue entonces cuando escribió la letra de un tango:

“Tendrías que llegar y darme vida/ como un licor amargo, seco y fuerte”.

En 1993, pocos días después de la muerte de Onetti, Idea recibió  una carta. Jorge Boccanera describe así ese momento:  “La voz estaba viva, sonando en esa carta, hablándole en voz baja, repitiendo un adiós nunca definitivo, diciéndole, en la última línea,  ‘te  pago sueño con sueño”. Idea Vilariño, sin embargo, no fue solo la amante de Onetti.

Con poemas tan emblemáticos como Ya no, texto favorito de Onetti, Idea Vilariño rebasó   su  frustración y creó una poética donde la soledad, quizás más que la presencia, fue capaz de construir el amor más trascendente.

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