Las aulas de la Escuela Fiscal William Flecher Paraguay, en Canoa, se destruyeron. Foto: Patricio terán / EL COMERCIO
Los libros de Yesennia Stefany están en el piso, llenos de polvo, a unos metros del letrero donde se lee segundo de básica. Los pupitres destrozados por el peso de las paredes que se derrumbaron en el temblor de hace ocho días están rotos. Todo es polvo en las ocho aulas de la Escuela William Flecher Paraguay, en Canoa (Manabí).
El nombre de la pequeña está escrito en el membrete del cuaderno. Es una de las personas que fueron reportadas como desaparecidas.
Sentado frente a lo que queda del establecimiento educativo, David Murillo piensa en una alternativa para sus dos hijas, que estudiaban en esa escuela. Buscará un amigo profesor para que traten de avanzar en su preparación escolar. No quiere que el tiempo le gane a sus consentidas.
El desastre natural tumbó la esperanza que tenía Murillo de que su segunda hija entrara al primero de básica. “Ni loco que vayan a estudiar en esa escuela. Ya dijeron que van a tumbar todo el establecimiento. Tengo unos cuadernos y unos papeles para que se entretenga”.
Canoa se quedará sin la única escuela pública donde se tenía previsto iniciar clases el 5 de mayo. El sacudón retrocedió el tiempo en Canoa y nadie se acuerda de la educación. “Por lo menos en unos tres o seis meses hasta encontrar calma y que la tierra deje de temblar”, calcula Murillo.
Enrique Ponce, coordinador zonal del Gobierno, cuenta que brigadas del Ministerio de Educación recorren Manabí para evaluar cuantos colegios y escuelas pudieran servir para los estudiantes.
Hasta ahora, según la Secretaría de Riesgos, hay 281 escuelas afectadas en Manabí y Esmeraldas. Es aún un número preliminar, mientras se termina de hacer las inspecciones.
El escenario no es muy alentador. En Bahía de Caráquez se construía la Unidad Educativa Eloy Alfaro. Una infraestructura con el diseño de las escuelas del Milenio. Quedó en soletas tras el terremoto.
A pesar de que las aulas aún no eran usadas, estaba previsto que allí se agrupen la mayoría de niños de los diferentes establecimientos educativo. Un plan que quedará truncado.
En la fachada de la obra ubicada en Bahía hay un letrero donde se puede leer que la obra costó USD 1,9 millones y que el plazo era 150 días. “Se demoraron bastante y ahora no hay ni las escuelas antiguas”, cuestiona Antonio Alcívar Candela, presidente de la Asamblea de Bahía.
El directivo está preocupado. La Escuela Miguel Valverde, donde estudiaban 200 niños y 400 profesores dictaban clases, está lista para ser demolida. No hay otra opción. Tumbar las pilastras, las paredes y mandar en los escombros algunos pupitres destruidos.
Los profesores también dicen que sienten incertidumbre. Según el cronograma, el 5 de mayo estaba previsto una evaluación a todos los maestros antes del inicio de clases. Óscar Humberto Gilces, docente de la Escuela Charapotó número 75, esperará hasta nueva orden. Ayer, en un recorrido mostró que en su establecimiento se cayeron muros y hay paredes cuarteadas donde estudian 500 niños y laboran 18 profesores.
En Canoa, Bahía, Charapotó y Rocafuerte no conocen para cuando quedará el inicio del período escolar previsto para mayo. El Ministerio de Educación avalúa cada caso. El ministro Augusto Espinosa informó en días pasados que es una prioridad para que los niños no solo adquieren conocimientos, sino también para tratar su situación emocional con los orientadores.
El caminar por los pasillos de la Unidad San Francisco de Sales, en el centro del cantón Rocafuerte, la fe también se hace polvo. Dos arquitectos inspeccionaron las instalaciones y coincidieron en algo: hay que derribar los tres pisos.
“Cómo fue en el principio. Todo será la voluntad del Señor. Esperamos una ayuda del Gobierno y un informe de las autoridades del Ministerio para saber cómo proceder”, confiesa Dolores Esperanza Cedeño, rectora del establecimiento y nativa del cantón.
Ayer comenzaron a sacar algo de los pupitres, escritorios, papeles, registros de notas… Hay un riesgo en la tarea. Las réplicas continúan y cualquier momento todo se viene abajo. “¡Hey! no se suba allá”, le grita la hermana Dolores al fotógrafo de este Diario y cuenta que ella no pisa su oficina por el temor de que se caiga.
Cercaron con cinta amarilla los alrededores y solo un grupo de catequistas se atreve a sacar los materiales y los inmuebles que ocupaban en los estudios de los 720 estudiantes que asistían a clases desde el inicial hasta el primero de bachillerato.
Por lo pronto, ayer, según la rectora, ya pasaron por allí delegados del Ministerio de Educación. Miraron que es casi imposible salvar las aulas donde iban a iniciar las clases. Hay que empezar desde cero.