En Puerto Roma tienen paneles solares que son parte del plan del Conelec del 2010. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
En la casa de Isabel Quinde habitan tres familias, once personas en total. Su casa de dos pisos está en un poblado del golfo de Guayaquil llamado Santa Rosa, al que solo se puede llegar por transporte fluvial. Llegar en lancha a motor toma dos horas desde la ciudad.
A esta mujer de 36 años le parece una broma la noticia de que el Gobierno quiere reemplazar 3,5 millones de cocinas de gas por cocinas de inducción desde agosto. ¿Cómo, si aquí nosotros no tenemos electricidad?, dice, y suelta una risa.
En la casa de Graciela Jordán, en cambio, viven nueve personas. Esta madre de familia, que vive en Puerto Roma, uno de los poblados del golfo, a una hora y media de Guayaquil, en lancha, cuenta que el tanque de gas que compra por USD 5 le dura unas tres semanas.
Ese precio es casi cuatro veces mayor al oficial, debido a que el traslado por vía fluvial lo encarece. Por eso, Graciela dice que no está dispuesta a pagar un cilindro de gas a precio real, que bordearía los USD 25.
Las dos mujeres habitan en poblados donde la luz eléctrica es un servicio limitado y escaso. La única planta generadora de electricidad, instalada por el Municipio de Guayaquil, se prende por dos o cuatro horas al día. Los pobladores intentan consumir la menor cantidad de energía porque cada familia tiene que pagar entre USD 3 y 5 a la semana para comprar el combustible que hace funcionar la planta.
Además de este sistema, desde hace tres años los moradores cuentan con paneles solares instalados por el Gobierno. Sin embargo, los dos sistemas no abastecen de energía suficiente, cuentan los pobladores de Puerto Roma y de Santa Rosa, donde viven unas 270 y 50 familias, respectivamente.
Los paneles, dicen, generan luz para dos o tres focos, mientras que con la planta eléctrica solo se puede encender un televisor, una radio y un par de focos. En Puerto Roma la planta se prende de 08:00 a 10:00 y de 18:00 a 22:00; y en Santa Rosa, de 18:00 a 22:30.
Las mañanas transcurren silenciosas en estos poblados de calles polvorientas, que en época de lluvia y aguaje se vuelven fangosas y se inundan. Gallinas, cerdos y perros descansan en los patios de las casas. Las mujeres se ocupan en alguna labor doméstica y los niños que no están en la escuela corren y juegan sin zapatos cerca del río que atraviesa el lugar.
Hasta el mediodía no hay hombres en el poblado, pues ellos están en la recolección de cangrejos. A esa hora retornan enlodados y con costales llenos de estos crustáceos.
Dejar de usar cocinas de gas no es una opción para los habitantes de estas zonas, donde la principal actividad económica es la pesca y la recolección de cangrejos. En la mayoría de hogares no hay lavadoras, ventiladores, licuadoras ni refrigeradoras. “Aquí se compra la comida para el día, porque no podemos tener refrigerador”, cuenta Eufemia Quinde, habitante de Santa Rosa.
José Felipe Borja, presidente del Colegio de Ingenieros Eléctricos del Ecuador, reconoce que el uso de cocinas de inducción es una medida eficiente para gran parte del país, porque es un paso a la modernidad. Las cocinas de inducción tienen un 85% de eficiencia en comparación a las de gas, que tienen un 40%. No obstante, reconoce que no son útiles en sectores como los del golfo.
“Los paneles solares, por ejemplo, solo sirven para consumo interno. Se requiere una potencia determinada para que funcionen las cocinas y esos paneles no van a abastecer. Hay paneles de 500 o 1 000 vatios y las cocinas de inducción requieren 3 000 vatios”, explica. “Habrá que buscar el mecanismo para subsidiar y mantener el gas para ellos”.
Franklin Quichimbo, ingeniero eléctrico, cree que aunque es una energía costosa, la energía solar y por combustible son idóneas en estos poblados rodeados de agua, en los que no se pueden colocar postes ni tendidos eléctricos por cuestiones geográficas.
El pasado 6 de junio, este Diario envió un cuestionario al Ministerio de Electricidad, para conocer si existe un plan para solucionar la escasez de energía en estas zonas, o si se podría mantener el subsidio del gas para sectores rurales como estos, pero hasta el cierre de esta edición no fue posible tener una respuesta.
De acuerdo con el último censo realizado en el 2010 por el Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC),
255 370 personas no cuentan con servicio eléctrico público.
Ignacio Wiesner, ingeniero metalurgista de la Espol, explica que la eficiencia de las cocinas de inducción se evidencia en la velocidad de cocción. “Hemos hecho ensayos de cuánto se demora hervir un litro de agua y la cocina de inducción es la mejor. Un litro demora 8,2 minutos”.
Pero a la mayoría de pobladores de estos sectores, la brevedad de cocción no les importa.
En mayo del 2010, el Consejo Nacional de Electricidad (Conelec), anunció el Proyecto Fotovoltaico, un plan para instalar paneles solares en el golfo de Guayaquil, a un costo aproximado de un USD 1,5 millones.
El plan comenzó en poblados como Puerto Arturo, Libertad y Santa Rosa. Para el 2011 se esperaba que todo el golfo tuviera paneles, pero en comunas como Buena Vista y Puerto La Cruz, todavía no se instalan.
En Buena Vista, un poblado de unos 100 habitantes ubicado a dos horas y media de Guayaquil, por ejemplo, la alternativa más factible es volver a usar leña y carbón para cocinar. Allí no se han instalado paneles solares y la planta solo se enciende en las noches.
“Deben darse cuenta de que estamos alejados de la ciudad. Siempre estamos recaudando dinero para el diésel de la planta. Si el gas sube de precio nos tocaría sacar hornos y cocinar al carbón o leña”, dice Gregorio Chalén, habitante del sitio.
A unos diez minutos de Buena Vista está puerto La Cruz. Allí tampoco hay paneles solares y la planta generadora de luz está dañada. “Nos iluminamos con generadores pequeños que hay en algunas casas”, comentó Elizabeth Ruiz, quien reveló que comparten la energía eléctrica entre vecinos.
En contexto:
En poblaciones del golfo de Guayaquil las personas se ven obligadas a compartir la electricidad. Entre vecinos o familia ponen dinero para el combustible de los pequeños generadores eléctricos. La energía se distribuye entre quienes cancelaron el valor del diésel adquirido.