Olga Imbaquingo. Nueva York
El 24 de marzo de 1989 marca la fecha de dos tragedias contra el planeta y los que viven en él: la una se libró en las playas de Alaska y la otra en las cortes. El mundo asistía a la inauguración de una nueva era de concienciación ambiental y el concepto de crímenes ecológicos empezó a tomar forma.
El carguero Exxon-Valdez derramó 11 millones de galones de combustible en el mar de Alaska y otro tortuoso viaje comenzó, el legal: 140 juicios se declararon en la corte de Alaska el mismo día del accidente. Para ese tiempo a Exxon-Valdez se la demandó por USD 900 millones y se consideró que esa era la cifra más astronómica puesta en juicio por daños ambientales. Más tarde vendría la demanda en contra de Chevron-Texaco desde la selva ecuatoriana, que multiplicó varias veces esa cantidad.
Lo cierto es que Exxon-Valdez es la demostración de que no es fácil ganar un juicio por daños ambientales. También Exxon-Valdez hizo su limpieza y, al igual que Texaco en la Amazonia ecuatoriana, no convenció a sus más de 38 000 demandantes.
Exxon-Valdez logró acuerdos extrajudiciales con unos grupos e instituciones, con otros continuó en sus litigaciones hasta que en junio pasado la Corte Suprema de Estados Unidos dio su veredicto final: USD 500 millones. Eso significa que el caso se cerró luego de 20 años de litigaciones.
Estos son procesos de largo aliento que no aseguran que algún día anclarán en puerto seguro para los demandantes. En esa ruta, la publicidad y la prensa cuestionadora no parecen hacer ningún impacto en las ganancias de las corporaciones petroleras.
Por ejemplo, la revista Fortune publicó la lista de las 500 compañías más grandes del mundo que aumentaron el 35% de sus ganancias desde 2007. En este grupo Chevron-Texaco subió del sexto al quinto lugar. “Son compañías muy poderosas, esa es la razón más simple para entender por qué no tienen un impacto negativo”, dice Michael Crocker, de Greenpeace.
Mientras Antonia Juhasz, analista sobre políticas energéticas y quien escribió el libro ‘La tiranía del petróleo’, resulta que “pese a toda la publicidad negativa, el corazón del negocio no llega a sufrir un impacto. Los ciudadanos consumen gasolina, no pueden quedarse con sus autos varados y es por eso que no se ve un gran impacto, por lo tanto no les interesa que esos procesos de litigación terminen”.
Lo máximo que se logró a raíz de del desastre de Exxon-Valdez fue el acta de Contaminación ambiental, que prohibió la entrada al área dañada de barcos que han causado derrames de más de un millón de galones.
El resto es entrar en una maraña legal de la que jamás se sabe cuándo vence el plazo de salida. “Es que esa es la táctica de la industria petrolera en general: agotar a los demandantes.
En el caso de Exxon-Valdez, un gran porcentaje de ellos (5 000) murió sin ver una indemnización. Les gusta crear trastornos porque tienen unas ganancias saludables y son precedentes en la reciente historia”, dice Juhasz. Una vez que el tema del escándalo de videos puestos al aire por Chevron-Texaco en el largo litigio que mantiene con las comunidades amazónicas, “lo mejor que ha ocurrido es que el Juez se fue para devolver credibilidad al caso y quizá evitar que Chevron Texaco, una vez que el caso vuelva a EE.UU., logre que lo derrumbe”, dice el abogado ecuatoriano Cristóbal Bonifaz, quien es una de las personas que mejor conoce este litigio y que ahora se mantiene al margen.