La Plaza de la Independencia tiene íconos como el gallito de la Catedral y en ella se ve a diario a turistas, estudiantes, trabajadores, jubilados y más. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.
La Plaza de la Independencia, la Plaza Grande, la ‘plaza de las palomas muertas’ ha sido por siglos testigo de la transformación permanente de la capital. Ese espacio en el que confluyen religiones, ideologías, negocios, trabajos, causas e historia conserva las tradiciones de antaño pero también muta como sus visitantes.
Aquella Plaza que es el corazón de Quito ha visto pasar a presidentes en sus momentos de gloria y en sus caídas. Se ha abierto para las concentraciones de apoyo a personajes como Lucio Gutiérrez o Rafael Correa, pero ha quedado cercada por vallas y alambre de púas a la hora de las protestas.
Fernando Escobar abrió su Dulcería Colonial en 1988 en los bajos de la Catedral y afirma que la plaza a la que acude a diario es un espacio muy vivo y diverso en el cual la política ha influido y mucho. En el último año ha visto cómo manifestaciones han vuelto a la Plaza Grande luego de que haya estado prácticamente cerrada a recibir a las grandes marchas de oposición los últimos años.
Últimamente, las muestras de apoyo o las protestas en contra del alcalde Mauricio Rodas y también del presidente Lenín Moreno se han vuelto cotidianas. Luis, un jubilado de 77 años que a diario se sienta en las bancas de la plaza y que prefiere no hacer público su apellido, afirma que ha visto muchas manifestaciones en las ceremonias de cambio de guardia de los lunes y en el resto de la semana.
Lo que más llama su atención son las concentraciones en las que en primera instancia se pedía al Gobierno abrir caminos para la liberación de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra. Hoy son las acciones para recuperar sus cuerpos.
Esta tragedia se ha convertido en uno de los temas de conversación con otros jubilados. Para Luis, la plaza se volvió un espacio donde se habla de la coyuntura y de los problemas del hogar sin la distracción de celulares y televisión.
Aunque es común encontrarse ahí con amigos de antaño, también ha construido nuevas amistades con la gente que como él elige esta plaza para disfrutar de la ciudad en un sitio tradicional para quienes viven sus años dorados.
Las visitas de los jubilados son un sello de esta plaza en donde es común escucharlos decir “aquí ando, vea, dedicado a la banca y al comercio”, con un periódico en sus manos. Pero tiempo atrás, recuerda Escobar, los reclamos sociales y el movimiento político eran distintos.
“Con mi coronel Gutiérrez era muy difícil incluso para nosotros ingresar acá, en cada bocacalle ponían alambradas”. Escobar cuenta que había que pedir permiso a policías para pasar a su sitio de trabajo. Las protestas, las bombas lacrimógenas y la tensión eran parte de la cotidianidad de aquel 2005.
Este último ingrediente apareció cinco años más tarde en el 30S, el día de la rebelión policial en el mandato del expresidente Rafael Correa.
Escobar cuenta que en este lugar nació parte de la fama de Quito como una ciudad “bota-presidentes” porque gran parte de las revueltas que derivaron en la salida de Gutiérrez, Jamil Mahuad y Abdalá Bucaram del Palacio de Carondelet se vivió en medio de esta plaza.
Pero hay cosas que no cambian. Fernando y César Augusto Pérez van una vez al mes desde Cotocollao hasta las gradas de la Catedral para “anunciar la palabra” a través de un micrófono conectado a un pequeño parlante portátil.
Mientras César Augusto predica, Fernando dice que eligen la Plaza Grande porque es un espacio de reunión de gente muy diversa y quieren replicar el mensaje. “Jesucristo dice que vayamos por todo el mundo y anunciemos las buenas nuevas de salvación”, dice. A veces, un grupo de personas se acerca y forma un círculo cerca de estos creyentes.
Desde hace 20 años, Jorge Torres pasa parte de sus días dando vueltas alrededor del monumento a la Independencia. De su cuello cuelga una cámara con la que ofrece tomar fotos a los turistas que encuentra entre las 10:00 y las 13:00. Pero el negocio no va bien.
Torres cuenta que antes a los turistas les gustaba llevarse un recuerdo de su paso por allí, pero ahora, debido a los celulares, lo contratan poco. A veces él mismo ha ayudado a algún grupo de visitantes a tomarse una foto en lugar de que se hagan una selfie. Aún así, es uno de los que no deja su plaza.