La carretera que lleva a General Farfán está bastante bien asfaltada, excepto por la salida de Nueva Loja, donde todavía la tierra, el polvo y algunas calles maltrechas siguen como hace 10 años.
El pueblo de General Farfán, a pesar de ser el mejor atendido de la zona por la cooperación internacional, se ve olvidado, sin mayor movimiento. Los pobladores viven de la agricultura, que es escasa, y del comercio: abundan ferreterías, farmacias y, por supuesto, víveres. Ningún eje productivo que pueda hacer despegar a este pedacito de patria.
Las calles no están asfaltadas. Solo la vía que llega a él, la única vía que está en buenas condiciones, se llama ‘Avenida Usaid’ porque fue la cooperación estadounidense la única que se animó a pagar la calle y un pequeño malecón frente al río San Miguel, en la frontera colombiana.
General Farfán siempre ha sido parte de una frontera caliente donde todos llegan, guerrilleros, bandas delincuenciales, Ejército, cooperantes, autoridades, pero nadie se queda. Está justo frente al río y frente a Colombia, a merced de todo lo que le pueda pasar. De todas maneras, General Farfán es la mejor parte de la historia, poblados más alejados la viven mucho peor, sienten la presión de la guerra en Colombia y de los refugiados, pero el Estado no llega casi nunca.
A unos cuantos kilómetros de General Farfán, está el puesto general de control militar, policial y de migración de la frontera. El edificio es grande y espacioso. Bastante nuevo, por cierto, pero está vacío. Nunca nadie lo quiso ocupar. La atención de migración está en Nueva Loja, los militares patrullan por General Farfán.
Al final no importa, porque este elefante blanco está a más de 5 kilómetros de la frontera. En la garita, pasan revista a los autos solo dos policías.
De allí hasta el puente sobre el río San Miguel todo puede pasar, porque a menos que pase por ahí una patrulla militar, ese paso de frontera -el segundo más importante después de Rumichaca- se muestra desolado.
Uno puede pararse en medio del puente y no ver presencia oficial, ni del un lado ni del otro, tan solo pobladores cansados de caminar y caminar de un lado a otro tratando de vender productos en pequeñas cantidades, mientras dura la luz del día. Hasta los mismos policías temen a la noche.
Este es el paisaje en la zona más caliente y más vulnerable del Ecuador en términos de paz y desarrollo. A este pueblo y al que está del otro lado -que sufre talvez el doble- les importa muy poco el ‘Mono Jojoy’ o la guerra fría entre mandatarios. Ellos esperan que algún día los gobiernos se den cuenta de que sus vidas son el tema de fondo.
Aquí, el término Plan Ecuador es una quimera que ofrece algo cada seis meses, un eslogan tanto como ‘La chispa de la vida’ o la ‘Patria ya es de todos’ y, a pesar de todo, lo siguen esperando.