Olga Imbaquingo.
Corresponsal en Nueva York
Desde la cítara, haciendo escala en el monocordio de Pitágoras y más tarde el salterio y el dulcimer, hasta llegar al piano de Bartolomeo Cristófori, allá por la segunda mitad del siglo XV.
La labor sobre el piano
Las herramientas que se utilizan en ese taller son las mismas que los artesanos del piano utilizaban hace 100 años, como formones, cepillos de mano y destornilladores.
Son cuatro equipos que trabajan en tres o cuatro pianos al mismo tiempo. Los afinadores de sonido son contratados para el último proceso, donde Cajas también participa.
Es un negocio que comenzaron hace cinco años y varios miembros de la familia trabajan allí, como Eladio Macancela, quien a través de los pianos quiere tener su sueño americano.Desde entonces siempre hubo grandes y pequeños Cristóforis.
Sin realizar grandes revoluciones en el concepto de este instrumento, los artesanos del piano lo han ido mejorando en apariencia, tamaño y sonido. Dos de ellos son ecuatorianos: Carlos Macancela y Luis Cajas.
Ambos viven en Nueva York y son dueños desde hace cinco años de Cantabile, uno de los talleres más grandes de fabricación y restauración de pianos del área metropolitana.
Cajas y Macancela son hijos de la perfección y el prestigio de Faust Harrison Pianos, ellos trabajaron allí 11 años cepillando, lacando y, lo más importante, perfeccionando el sonido de los famosos pianos Steinway.
Ellos, que llegaron muy jóvenes dejando atrás la pobreza en el pueblo de Bayas, Cañar, con una cándida mirada de ojos responden un no, cuando se les pregunta si antes de esta experiencia habían oído hablar de Beethoven, Mozart o Chopin.
“Comencé como casi todos, lavando platos. Llegué sin graduarme del bachillerato hace más de 20 años. Unos amigos me llevaron a una tienda en Manhattan, así empecé a desarmar, sacar la pintura y lijarlos hasta que quede la madera cruda de los pianos”, dice Macancela.
Tiempo después, se hizo taxista. “No me fue bien, y volví a los pianos. Era el destino. ¿Verdad Luis?”. Cajas también lavó platos y luego fue cocinero antes de convertirse en uno de los mejores restauradores de pianos, sin publicidad ni agente de ventas, solo con la difusión del boca en boca.
En Faust descubrieron que sí tenían la resistencia y la tenacidad para poner frente a un cliente un piano que puede costar más de USD 100 000, después de un trabajo que puede llevar meses. Cajas tiene más de 1 000 pianos reconstruidos en su experiencia.
“No éramos muy conocidos entre los pianistas, ni en las escuelas de piano de Nueva York, pero tenemos un gran equipo y el convencimiento que cada piano es siempre un reto a ganar”, agrega Cajas, a pesar de que no sabe tocar el instrumento, reconoce cuándo el sonido es impecable.
Estos ecuatorianos aprendieron de los pianos como de la comida: al cliente, hay que seducirle por los ojos. El acabado tiene que ser atractivo, pero no hay que engañarse tanto, “un piano con color y brillo magnífico no sirve de mucho si al pianista no lo convence el sonido”, insiste Cajas.
“Tenemos el convencimiento que cada piano es un reto a ganar”.
Luis Cajas
Artesano ecuatorianoComenzaron con tres pianos y ahora las escuelas más famosas de Nueva York se cuentan entre sus clientes. Más de 150 pianos Steinway, en distintas etapas de restauración, están en el inmenso tercer piso de una antigua factoría. Se suman 250 pianos Mason y Hamlin y algunos Bosendofer.
“Desde 2003 usamos los servicios de Cantabile y siempre estamos muy satisfechos con el trabajo de ellos. Son meticulosos, responsables, y sus destrezas son de las mejores que se puede encontrar”, dice Masaru Tsumita, jefe de técnicos de piano de Juilliard School, una de las más prestigiosas de la ciudad.
Esos pianos que Juilliard School compra a Macancela y Cajas son utilizados para interpretaciones en el famoso Carnegie Hall. Además, sus pianos viajan a California, Europa y hasta Japón, donde tienen clientes que quieren poseer un piano vertical o uno de cola. Los motivos: las maderas muy antiguas con las que fabrican y las piezas que directamente importan desde Alemania.
“Estamos muy satisfechos. Son meticulosos y responsables”.
Masaru Tsumita
Jefe de técnicos de piano de Juilliard Schoolquí“Al principio no sabíamos el potencial que teníamos, pero ofrecemos calidad y esa es mi obsesión, hacer el mejor piano del mundo sin la necesidad de transformar lo que empezó Heinrich Steinway en 1853”.
Luis, con su obsesión por el sonido, y Carlos, el perfeccionista en lo visual, quieren que sus hijos aprendan piano. Esa responsabilidad la tiene el profesor de música Édison Quezada, quien por esta vez cierra el telón con Para Elisa, de Beethoven, mientras una silenciosa audiencia de esqueletos de pianos está a la espera que de los Cristóforis ecuatorianos los devuelvan a la vida.