La capital ecuatoriana está acostumbrada a esperar el fin del año desde que empiezan las fiestas de Quito, a mediados de noviembre.
A la par que suenan los pregones y se elevan las ferias hasta la efemérides de su fundación hispánica: el 6 de diciembre, los agoreros de la Plaza Grande, desde su centenaria veeduría, implantaron el oráculo de que “empiezan las fiestas de Quito y se acabó el año”.
Esto, porque luego se pasa a la Navidad y en verdad todo será un simulacro de anticipado regocijo, poco trabajo, relajación de las costumbres y obligaciones y, por cierto, el clímax desesperado por tratar de comprar algo para obsequiar a los niños y, ahora, a ancianos muy pobres.
Si acaso dentro de 300 años un antropólogo pudiera abrir una primitiva computadora del año 2009, encontraría que Quito en diciembre era otra. Pues las imágenes corresponderían a otro tipo de etnografía que la usual.
Hallazgo, encontrar a unos viejos regordetes enfundados en una casaca roja con botas y extraña capucha, pululando por los espacios y medios, llamados Papá Noel. Sigue la ficha descriptiva: provienen los muñecos panzones de un desconocido espacio donde los arqueólogos están discutiendo su origen. Pues, en no tan lejano año la nieve había desaparecido del planeta, como los dinosaurios. “El tal Papá Noel no pudo haber venido de la nieve”, anota la ficha, porque esta no ha existido, serían las conclusiones.
Tanto alboroto de Quito en diciembre será considerado seriamente como una ensoñación mal habida de la civilización occidental, incluyendo su barbado impostor, que regalaba desilusiones a los pobres, en nombre de la nieve.
La anterior premonición es adecuada porque también se nota en Quito que su población está sacudiéndose de las imposiciones del mercado internacional. La gente está volviendo a los pesebres y nacimientos como una alternativa al alcance de la historia para conmemorar la Natividad de Jesucristo, en el espacio judío de Belén.
Esta celebración está diseñada para fortalecer la unión familiar, estatuto que también se encuentra en disolución en Occidente. La simbología e iconografía de la Navidad retiene la pobreza del establo donde nació Jesús, postula la virtud de la mujer, registra el nivel cultural del arado y la artesanía de los campesinos de todo el mundo. Los tres son ya signos desconocidos en la civilización postmoderna.
Quito hace bien en postular principios que, aunque pertenecen al Tercer Mundo, reconfortan la validez de la vida y la paz. Solo que los nacimientos no tienen un origen americano. Ni siquiera de España, aunque allí se desarrollaron.
Los primeros cuadros navideños aparecieron en Nápoles, en diciembre de 1478, con sus diminutas figurillas de arcilla. A España llegarán en el siglo XVI, con los artistas, Eugenio Torices, Luisa Roldán y José Risueño, con figuras de cera y madera.
En Ecuador aparecerán a finales del siglo XIX como pesebres, belenes, nacimientos. La misa de gallo servía en España para representar comedias o ‘autos’ del alumbramiento de Cristo. Los pastorcillos eran ‘zagalillos’ que coreaban villancicos con panderetas y castañuelas.
En el sistema de hacienda ecuatoriano, en cambio, la Navidad era entonada con pingullo, arpa y tambor, recorriendo los campos con el nacido a cuestas, el pase del Niño.