Alejandro Toledo no podía encontrar mejor nombre para su partido político: Perú Posible. En el fondo, el eslogan del ex presidente peruano sintetiza en forma certera los últimos resultados electorales donde Ollanta Humala y Keiko Fujimori pasan a la segunda vuelta. De paso, esta frase también es una buena metáfora de por qué un país que ha crecido tanto en los últimos años, insiste -una vez más- en una deriva populista.
Había límites políticos reales que nunca se tomaron en cuenta. El Perú es una sociedad profundamente dividida geográfica, económica y políticamente. Ese es el problema de fondo. Lima concentra demasiado poder y demasiado dinamismo. Ninguna región se acerca siquiera a la cantidad de población que posee, ni a la concentración de servicios, movimiento comercial y económico que genera. Nueve de sus 30 millones de habitantes viven en la capital y la ciudad que más se acerca en población es Arequipa, con apenas 700 000 personas. La pobreza también está concentrada en las zonas fuera de Lima, donde se acerca al 60%, mientras en Lima y las ciudades más grandes, esta afecta solo al 30% de la población. Ollanta Humala es el candidato no limeño que reflejó como ningún otro la demanda de atención, descentralización y desarrollo, él proviene de Ayacucho y desde la elección pasada puso al abandono, la pobreza y la marginalización de pueblos y zonas rurales en el centro de su campaña. Es el candidato ‘outsider’ por excelencia, que representa todo lo que Lima más teme, incluso su eventual coqueteo con fuerzas de izquierda en América Latina como Hugo Chávez o aun peor, con movimientos nacionalistas del pasado como el etnocacerismo.
El sistema político sólo ha ahondado esta persistente división e incapacidad de generar amplios consensos y programas de gobierno que sobrevivan más allá de un período presidencial. Hay una multitud de partidos nacionales, y otra multitud más de partidos regionales. Ha sido casi imposible para ningún gobierno mantener un fuerte bloque parlamentario con el que pueda gobernar sin alianzas. Ni siquiera Alberto Fujimori escapó a este destino y muchas de las denuncias de corrupción en su contra tenían que ver con compras de votos en el Congreso. Keiko Fujimori es apenas la heredera de su padre, con todos los problemas políticos que eso conlleva.
En medio de este panorama, hay una buena y una mala noticia. La buena es que ninguno de los dos finalistas va a cambiar el ritmo de crecimiento económico del Perú, ni sus compromisos comerciales. La mala es que los dos piensan en reformas que les permitan mayores márgenes de maniobra en el corto plazo. Demasiado énfasis en reformas puede hacerles perder el norte sobre la urgente necesidad de amplias políticas sociales y redistributivas que serían las únicas capaces de generar cambios significativos. Es el Perú posible.