En la población peruana de Yama Nunka, los pobladores se dedican a la agricultura. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Yama Nunka es un pequeño caserío de solo cinco familias. Es uno de los últimos pueblos peruanos que están frente a Ecuador. Solo el río Santiago los separa.
El miércoles (21 de enero), un poco antes del mediodía un bote se varó a una orilla y cerca estaban los campesinos. Unos usan botas de caucho y los niños caminan descalzos. Este sitio y otros 58 caseríos, con 4 000 habitantes, pertenecen a la comunidad fronteriza de Papayaco. Hace 20 años, en ese lugar se desarrolló la guerra del Cenepa, que comenzó el 26 de enero de 1995.
Este Diario entró al lugar y para hacerlo desde Ecuador hay que dejar la cédula y registrar los nombres en el destacamento peruano de Cahuide, ubicado frente a su similar ecuatoriano de Soldado Monge. Un joven soldado registra los datos de la gente en un viejo cuaderno y pasan.
Durante el conflicto que duró un mes, el ejército peruano movilizó hasta esos sitios más de 5 000 soldados.
Los helicópteros MI-24 de la Fuerza Aérea de ese país, de fabricación rusa, que alcanzaban velocidades de 260 kilómetros por hora y que portaban ametralladoras, rockets y misiles sobrevolaban esa zona. “De esos aparatos salían militares y nos dijeron que estábamos en guerra. No entendíamos lo que pasaba, porque con los ecuatorianos nos llevábamos bien y nuestros padres son de ese país. En 1995 nos enseñaron a disparar y pidieron que defendamos al Perú”, recuerda Elías Flores, de 54 años, que vive en Yama Nunka.
Han transcurrido dos décadas de los combates y el escenario no ha cambiado en el lugar. La gente consume agua entubada y no tienen electricidad e Internet. Tienen teléfonos satelitales, para llamar a sus parientes de otras comunidades o a los que viven en Morona (Ecuador).
Se alimentan de yuca, plátano, pescado del río Santiago y adquieren jabón, aceite, fideos, harinas y utensilios de cocina en Ecuador. Solamente se movilizan en lanchas con motores fuera de borda.
A dos horas de allí opera el Batallón de Infantería de Selva en Ampama, uno de los puntos de abastecimiento de las tropas peruanas en 1995.
Ahora, Ecuador aún conserva seis puestos militares en las zonas de la guerra.
Felicita López tenía 14 años cuando vivía en ese sitio y estalló la guerra. Recuerda que cientos de soldados se formaban en el patio de esa base para cantar el himno del Perú. La única forma de acceso es por lancha o helicóptero.
Lo mismo ocurre para llegar al fuerte militar Minchan en donde funciona la Compañía de Desminado Humanitario N° 116 del Perú que retira explosivos en los puestos de vigilancia de Chiqueiza, Cahuide y en el Alto Cenepa.
En los alrededores están otras comunidades de Papayaco cuya principal actividad es la agricultura y pesca.
Al mediodía de ese miércoles, habitantes del caserío San Martín recordaban lo que ocurrió en la guerra de 1995 cuando los indígenas Awaruna del Perú ayudaron a las tropas de su país. Eduardo Dávila, de 44 años, vive allí y en su memoria guarda el sonido de los aviones supersónicos y las explosiones que “sacudían la tierra”.
“Únicamente hubo miseria y preocupación, porque nuestras familias se separaron por irse a sitios más seguros. Yo dormía en el monte para no morir y tenía miedo. Por las noches, las bombas se veían como juegos pirotécnicos”, relata el hombre.
También murieron jóvenes de ese sitio que pelearon en la guerra. Eduardo Isam fue sobrino de Flores y tenía 19 años cuando una bala le impactó mientras estaba en Tiwintza. El hombre recuerda que –entre enero y febrero de 1995- los helicópteros peruanos trasladaban a los heridos a los hospitales de las ciudades de Bagua o Chachapoyas, capital de Amazonas.
Por el río Santiago subían lanchas con soldados. Desde su comunidad, Flores y otros hombres veían cómo se transportaban las ametralladoras antiaéreas DSHK de 12,7 milímetros del Perú, alimentos y pertrechos militares. Cuenta que desde Yama Nunka hay un camino, cuyo trayecto dura tres horas, desde el cual se puede acceder al destacamento ecuatoriano de Teniente Hugo Ortiz, en plena zona de guerra, en donde hay seis soldados y comparten alimentos con los militares del vecino país que viven en la base Chiqueiza.
Para regresar al Ecuador desde las comunidades peruanas fronterizas, el viaje se prolonga una hora más en lancha. La razón: el bote navega a contracorriente y se requiere más potencia en el motor. Los ocupantes utilizan plásticos para protegerse de la lluvia y el conductor de la embarcación lleva 18 galones de combustible para todo el viaje, así como aceite de dos tiempos para la máquina.
Para volver a Ecuador hay que retirar las cédulas en el puesto de vigilancia de Cahuide y navegar dos horas más hasta llegar a Santiago.
Allí funciona el Batallón 61 de Selva, otro de los puntos de concentración de los soldados ecuatorianos durante la guerra del Cenepa…