El liberalismo es uno de los principales componentes que integran la ideología económica de derecha. Esta corriente se basa, in fine, en la suposición de que los vicios de los individuos se convierten en virtudes del colectivo.
Mandeville y Smith señalaron que si cada individuo -en función de su egoísmo y mezquindad- busca realizar al máximo su interés personal, colectivamente la sociedad alcanzará el mayor bienestar posible.
El 15 de septiembre del año pasado, con un estrépito descomunal, Lehman Brothers anunció su quiebra pregonando una crisis financiera de una magnitud histórica.
Los orígenes de la crisis se reconducen directamente a un exceso en la búsqueda del beneficio propio, por ejemplo de los ambiciosos banqueros que vendían los créditos hipotecarios a gente que claramente no podía pagar, para luego revenderlos en los mercados financieros; de los fondos de inversión libre, que operaban con una deuda de hasta 30 veces el monto de sus fondos propios, haciendo que sus ganancias sean descomunales y sus pérdidas asimismo colosales. También se puede nombrar a las agencias de ‘rating’, que ganaban como jueces y parte de los instrumentos financieros, de los asombrosos paracaídas dorados de los CEO, de las jugosas primas de los traders, etc.
Si de algo sirvió la crisis, es para probar que en los mercados financieros, el egoísmo individual no se traducen en bienestar colectivo. Fuimos muchos los que llegamos a pensar que era el fin de esta ilusa suposición y de que la derecha económica se quedaba patoja tras la falla del liberalismo.
A pesar de la virulencia de la crisis, todavía no llegan las regulaciones anunciadas. El fin del laissez-faire anunciado por Sarkozy, o la intervención propuesta por Obama no se han cristalizado. ¿Por qué?
Porque el sistema liberal tiene mayor alcance de lo imaginado. A pesar de las amenazas de una coalición internacional para terminar con los paraísos fiscales; cada país persiguió su propio interés, EE.UU. quiso preservar Nevada y Wyoming, Gran Bretaña Gibraltar, y al final, el egoísmo de cada uno no se tradujo en avances.
Los ‘lobbies’ políticos de los bancos, fondos de inversión y aseguradoras, han demostrado tener tentáculos suficientemente fuertes como para retardar una regulación necesaria.
El martes, el jefe de la Fed anunció que técnicamente la crisis ya pasó. Pero no porque se haya enmendado o mejorado el sistema, sino por los formidables rescates de los bancos centrales.
Ahora la medida más popular es la simple petición, casi como un ruego, de más ética a los operadores. Como el del lunes, cuando Obama en Wall Street hizo un llamado a la moral en el corazón de un sistema que normalmente debería nutrirse del egoísmo individual.