Dos grandes hechos en la historia de las ideas coinciden con el nacimiento de los periódicos en Europa y América: la expansión de las ideas liberales y la secularización de la sociedad. Los periódicos llegan cuando la tolerancia política se inaugura como premisa y forma de vida, y cuando el dogmatismo religioso pierde espacio. El periodismo declina y se convierte en oficio de folletín, cuando otros dogmatismos marcan la vida de la gente. La prensa libre es, pues, signo de los tiempos, síntoma de posibilidades republicanas. Y, por supuesto, señal inequívoca de las prácticas políticas predominantes.
La democracia como forma de vida -más allá de la estrecha visión que la reduce a pobre mecanismo electoral- necesita de una atmósfera de irrestrictas libertades, con la consiguiente contrapartida de responsabilidades. En sintonía con la democracia, en esa misma atmósfera prospera la prensa. En esa atmósfera la gente se informa, opina, analiza y discrepa. Se cultiva allí el “espíritu de lo público”, la conciencia de vecindad, el interés por el destino común, el conocimiento del país y del mundo. El papel de lector, radioescucha o televidente, es una forma concreta de ser ciudadano, de participar desde la vida cotidiana con independencia de criterio, de canalizar adhesiones y rebeldías, de escribir una carta, llamar a la línea caliente de la radio, y sobre todo, de formarse opinión en los temas de interés general. La opinión pública informada es el hilo argumental que anima a las repúblicas. La opinión pública deformada por la propaganda, por los silencios impuestos, por las calificaciones ideológicas o las consignas políticas, por la noticia filtrada y la opinión censurada es, al contrario, tierra abonada para la arbitrariedad.
Signo de los tiempos son los atropellos del Gobierno argentino a uno de los diarios insignia de América Latina, El Clarín de Buenos Aires, acosado en respuesta a su firme defensa de los valores democráticos, a su posición crítica frente al poder, agredido por la manifiesta independencia de su línea editorial. Signo de los tiempos y síntoma de la más vieja enfermedad política del continente: al autoritarismo de dinastías políticas que llegan para quedarse, de matrimonios que al estilo de la pareja Kirchner, o de la inefable de Perón y Evita, se sugestionan de que tienen la verdad revelada y la pócima de la salvación colectiva, cuando la verdad es que poseen el secreto del subdesarrollo, y la facundia verbal necesaria para hacer de los pueblos multitudes domadas por la magia populista y envenenadas por la propaganda.
La prensa libre es la conciencia incómoda del poder. Es la piedra en el zapato de los elegidos. Es el testigo que registra, la memoria que queda. Es la historia que se escribe cada día, y que no podrá jamás ser reescrita por los “escribas” que a todo poder rodean.