Pablo S. Jarrín Valladares Confusa y con intención directa a justificar la violencia religiosa de ciertos regímenes en Medio Oriente fue la columna de Sanjay Suri del 3 de abril del 2010, titulada ‘Pena de muerte’. El eje central de su argumento orbita alrededor de la comparación con el número de ejecuciones en el régimen comunista y ateo que gobierna China. ¿Por qué no comparar entonces las decapitaciones y ahorcamientos públicos de Oriente Medio con las leyes judiciales de los regímenes socialistas o democráticos, pero también ateos, de los países del norte de Europa? La razón: la intención de confundir al lector con una comparación aparentemente válida, pero inherentemente fallida en su lógica y evidencia. Ciertas sociedades de Oriente Medio se hallan dominadas por gobiernos teocráticos y no hay como ocultar esta verdad. Tampoco ocultar los asesinatos de mujeres y hombres en Afganistán durante el régimen talibán por incumplir las leyes del Corán, las mismas leyes que ordenan la ejecución de personas en otros países dominados por el Islam.