En Pedernales varias personas acudieron para dejar una flor por el Día de la Madre. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En el imaginario de las personas el Día de la Madre es un momento para celebrar, para bailar, para reír, para festejar a la ‘reina’ del hogar. Muchas veces esto se cumple, pero en otras, la realidad es distinta.
En Pedernales, en Manabí, la zona más afectada por el terremoto, hombres y mujeres lloran a sus madres y esposas. También hay mamás que se preguntan: “¿por qué Dios se llevó a sus hijos e hijas?”.
Ese cuestionamiento, precisamente, se hace cada mañana Katte Mite, madre de una adolescente que murió tras el terremoto y que fue encontrada bajo los escombros del Hotel Pedernales. Ella vivía en la planta baja del edificio de cuatro pisos, propiedad de su abuelo Antonio Molina. Tenía 13 años y era el segundo retoño de Mite. El primero tiene 20 años y en esa tragedia también perdió a su esposa de 18 y a su pequeño hijo de un año. El desastre también se llevó a su suegra y a una hermana que le quedaba tras la muerte de otra en un accidente de tránsito.
Tras retirar los escombros, Mite encontró a su hija, nuera y nieto abrazados a su suegra. Por la forma en la que fueron hallados suponen que María Rodríguez, de 63 años, quiso proteger a los más jóvenes.
La mujer que logró escapar de la muerte rompe en llanto cuando recuerda a su pequeña. Le hace falta su voz, sus abrazos, sus caricias, su presencia.
“Cada mañana, en el Día de la Madre, se levantaba y me hacía prometerle que nunca la dejaría. Ella era una niña muy buena. Le pedía a Dios por mí y por todas las madres del mundo. Ahora siento que la vida no tiene sentido”.
Mite también llora por su suegra, dice que fue una mujer muy buena y asimismo es como Calipsa Molina describe a su madre. Ella es cuñada de Mite. “Era una mujer muy alegre, amigable. Se llevaba con todo el mundo. Creo que yo me parezco bastante en eso”.
Molina recuerda a su progenitora mientras coloca una rosa en el nicho de sus abuelos y en los nichos vecinos, en el cementerio antiguo de Pedernales. “Yo le decía a mi madre que siempre se preocupaba demasiado por el resto y que seguramente nadie haría nada por ella”. Pero la enseñanza de amor al prójimo le quedó grabada y ayer colocó flores en el nicho de su abuela y en los que estaban en los alrededores. “Decía: si ellos no me agradecen seguro lo hará Dios”.
Molina pretende seguir con esa tradición por el resto de su vida, como lo hizo su mamá. Espera también sacarla de un nicho prestado a uno propio, pues por la emergencia la familia Molina Rodríguez se vio obligada a pedir prestado un espacio en el mausoleo de un amigo. Allí están enterrados siete familiares a los que el terremoto les quitó la vida.
A ese mismo cementerio llegó Mercedes Andrade. Su madre murió hace 24 años. Arribó con sus cinco hijos y con su nieto. A ese lugar, afirma, acude sola todos los domingos, pero como ayer se trató de una fecha especial bajó desde la Chorrera con toda la familia. En sus conversaciones con su madre, dice, le suele poner al tanto de todo lo que ha sucedido toda la semana. Ayer dejó aquello de lado y se concentró en pedirle fuerzas para seguir adelante y reponerse del susto y pérdidas que le dejó el terremoto. Llora y dice que la extraña. Quisiera tenerla entre sus brazos para recibir la seguridad que solo una madre sabe dar. Perdió su casa y vivir bajo una carpa la hace sentir vulnerable, triste y desamparada.
Ese estado de ánimo se extendió a la población de Pedernales, donde según Pedro Loor, a la madre se la celebra con música y buena comida.
Quienes no acudieron al cementerio se concentraron en el parque central, frente a la iglesia, para escuchar la misa y luego unos temas interpretados por músicos de la Policía. En los refugios, las madres presenciaron un campeonato de fútbol de sus hijos. Para la noche estaba previsto un festejo con música y comparsas.
Bahía vivió un Día de la Madre sin aspavientos
El Día de la Madre en Bahía de Caráquez, Manabí, no pasó de ser un día normal y corriente para la mayoría de la población hoy, 9 de abril del 2016.
Una ciudad de contrastes marcados, los festejos a la “reina del hogar” estuvieron enmarcados en lugares específicos, especialmente dos: el parque Rotary y el albergue Ñan Marín, emplazado en el estadio del mismo nombre, al sur de la ciudad.
En el Rotary, el párroco Bruno Roque organizó un bingo para recolectar fondos para ayudar a los damnificados, mientras en el albergue se montó un día festivo que incluyó una serenata a las madres y la presencia de un mago, que alegró por una hora y pico a las 335 personas que conviven en ese refugio temporal, muchos de ellos niños y ancianos, que fueron quienes más gozaron con los trucos con los que prestidigitador engatusó a la concurrencia.
La nota sui géneris de este evento fue la activa participación masculina que hizo que, por al menos este día, las mujeres sean las bien servidas y no se muevan de los improvisados dormitorios sin haber degustado desayuno elaborado por sus cónyuges o hijos.
Es una manera de festejar a las madrecitas y mostrarles el respeto que les tenemos los varones, expresó el Trnel. Edwin Cañizares, el encargado de mantener el orden y la concordia en este albergue que tiene 50 carpas con capacidad para seis personas cada una y 10 ‘residencias de tránsito’, que sirve para que las personas o las parejas pasen una sola noche en el centro.
Juan Córdova, Ramón Cabeza, Jorge Hernández, Luis Cabezas y Adrián López se encargaron de preparar el almuerzo, que consistió en un seco de pollo y un jugo de tamarindo. Para cumplir con eficiencia la tarea encomendada se levantaron a las 06:00, porque estaban “un poquito faltos de práctica”, como afirmó Córdova, un peruano nacido en Chiclayo y dueño de una lengua de candidato presidencial.
Las damas lucían encantadas y pedían al coronel Cañizares que repita esta práctica al menos una vez por semana. Ese era el criterio de Narcisa Zambrano y Carmen Barros, dos vecinas de la Ciudadela Mangle 2000, ubicada en la parroquia de Leonidas Plaza. El sismo dañó sus casas seriamente, por lo que no tuvieron otro remedio que llegar al albergue para sobrevivir.
En una de las bancas de suplentes del estadio, pero fungiendo de titulares, un grupo de viejecitas degustaban sus platillos con deleite. Rosa Vera Zambrano, de 77 años; Isabel Zambrano, de 76; Bertha Medrano, de 73; e Inés Pisco Lucas, de 58 años no se cambiaban por nadie y gozaban del momento con esa ingenuidad de niños que poseen los ancianos.
La otra cara de la moneda se vivía en el Cementerio General de Bahía de Caráquez, emplazado sobre una pequeña loma. El camposanto estaba semivacío y muy pocas personas se dirigían a rendir tributo a sus madres ausentes.
Es la menor cantidad de gente que veo en esta fecha desde hace 10 años, cuando empecé como guardián y panteonero, expresaba Luis Vera Ferrín con un dejo entre de desaliento y conformidad.
Uno de los que llegó con un modesto ramo de flores fue Julio Rodríguez, un delgado joven de 32 años que nació con una mano atrofiada y que llegó hasta este sitio a saludar a su exabuelita Consuelo Delgado, a quien consideraba como su verdadera madre, pues le cuido desde cuando tenía 8 años.
Rodríguez llegó desde Cuenca, donde labora en una empresa de computación y desde donde viaja a la capital de los Caras cada 15 días.
Donde más festejaron los bahianos a sus madres fue en el Paseo Shopping, que estuvo lleno a reventar, especialmente en el patio de comidas.
A Nadia Navarrete, por ejemplo, sus esposo Joselo Franco y sus hijas María Isabel (8años) y Analí Antonella (11) le regalaron ropa y zapatos, aunque la dama confesó que lo que quería era una laptop. “Es que ese aparato vale USD 900 y yo ahora… no mismo”, explica Joselo mientras trataba de desviar la conversación a un tema menos comprometedor.
Creo que la gente está perdiendo el miedo a que suceda otro sismo fuerte y está llegando de a poco al mall, explicaba Marjorie Sabando, del almacén Vizzano, aunque Admitió que las ventas estuvieron muy por debajo de sus proyecciones.
A Nataly Valcacel, una joven de 20 años madre de Santiago, de un año, su esposo solo le alcanzó a regalar un combo del KFC. La pareja, oriunda de Guayaquil, ya había gastado casi todos sus ahorros en el viaje de turismo que realizaban.
En fin, este Día de la Madre sirvió para darse cuenta que Bahía aún no sale de la experiencia postraumática y, además, a comprobar que la crisis no es un espejismo, explicó Xavier Párraga Bazurto, quien llegó con su esposa y sus dos hijos desde Calceta.