El patrimonio moderno de Quito no está inventariado

Las casas de Hábitat Guápulo son un trabajo de Jaime Andrade y Mauricio Moreno, realizado en 1983. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

Las casas de Hábitat Guápulo son un trabajo de Jaime Andrade y Mauricio Moreno, realizado en 1983. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

El Teatro Politécnico fue un trabajo de Oswaldo de la Torre (diseñador de la casa Chérrez). Fue levantado en 1965. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

Aunque en la capital se han levantado varios registros sobre piezas icónicas del movimiento moderno de arquitectura, todavía no existe un inventario oficial para proteger este patrimonio que continuamente sufre pérdidas.

En el 2013 derrocaron la Dirección Provincial de Salud (Mejía y García Moreno), en el 2017 desapareció la casa Brauer (avenida Brasil) y en el transcurso de esta semana poco a poco se retiraron los escombros de la casa Chérrez, en la calle Quiteño Libre.

Esta última pérdida reavivó la necesidad de proteger el patrimonio moderno. El jueves (1 de agosto del 2019) se reunieron la Secretaría de Territorio, el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), el Colegio de Arquitectos de Pichincha y el Instituto Nacional de Patrimonio (INP) para hallar una solución.

Rafael Carrasco, titular de la Secretaría, explica que en unos 15 días se juntaría toda la información recabada por la Universidad Católica, el gremio de arquitectos, varios investigadores y el IMP, para elaborar una hoja de ruta y levantar un inventario definitivo.

En la sociedad no hay mucha conciencia sobre el valor de casas anónimas o edificaciones fácilmente reconocibles como el Teatro Politécnico, Ciespal, la iglesia de La Dolorosa, el Templo de la Patria o el Palacio Municipal. El historiador y arquitecto Alfonso Ortiz Crespo señala que solo con el transcurrir del tiempo se aprende a valorar el pasado. La gente no apreciaba igual que hoy la belleza de teatros como el Sucre o el Bolívar en el momento de su inauguración.

Subraya que la historia construye la ciudad. Aunque no toda edificación debe preservarse y no todas tienen valor, no se puede prescindir de la huella que deja cada etapa, porque habría un vacío en la historia.

Ortiz señala que las obras del siglo pasado tienen un vínculo emocional con la gente de hoy y si no se cuida ahora, “saltaremos del siglo XIX al XXI por la voracidad de los constructores y ese afán de edificar en cada centímetro de la ciudad”.

Las casas de Hábitat Guápulo son un trabajo de Jaime Andrade y Mauricio Moreno, realizado en 1983. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

La llegada del hormigón armado a la construcción quiteña dio paso a técnicas brutalistas del movimiento moderno de arquitectura. Estas permitieron hacer diseños geométricos con áreas libres y que dejan expuesta la textura del concreto. No hay pintura ni adornos.

Los edificios antes mencionados son claros ejemplos de este tipo de construcciones que irrumpieron en el paisaje quiteño en los años 60 y 70, con trabajos de arquitectos como Oswaldo de la Torre, Milton Barragán, Ovidio Wappenstein, Diego Banderas y Juan Espinosa Páez.

Son siluetas inspiradas en detalles del entorno quiteño, como el Pichincha y que buscan integrarse en el paisaje.

También, según Pablo Moreira, presidente del Colegio de Arquitectos, hay reinterpretaciones, como el Palacio Municipal, en el que se usó el hormigón visto, pero se conservaron los pórticos de columna, el patio trasero y las paredes blancas que son parte del estilo republicano.

El movimiento moderno capitalino se imprimió en el volado y los grandes ventanales con estructura metálica del Colegio de Arquitectos (Núñez de Vela e Ignacio Sanmaría) o en las paredes lisas de la casa Olga Fisch (Colón y Caamaño). También están en la casa Kohn (Lizardo García y 12 de Octubre), que tiene una entrada independiente desde la calle hasta el área de trabajo y desde el jardín hacia las habitaciones y la sala. Y pasa por los paramentos de vidrio, la fachada de arcos y el paraboloide hiperbólico (estructura curva) que han convertido al Hotel Quito en un ícono de la avenida González Suárez.

Se trata de estructuras limpias, muy puras y en las que predomina el blanco, dice Moreira. Para conocer sobre ellas, sin recorrer la ciudad, solo basta con entrar al Museo de Arquitectura Moderna, en la Junín y Ortiz Bilbao, en el barrio de San Marcos. Tiene unos 25 años y busca defender, custodiar y valorar este patrimonio en el país. Allí se puede conocer sobre obras de Quito desde 1915 hasta 1985, señala Bernarda Ycaza, su directora.

En el museo, por ejemplo, se explica la influencia de europeos como Otto Gass, Edwin Adler o Karl Kohn, quienes escaparon de la II Guerra Mundial. Fueron pioneros y maestros en una ciudad donde la arquitectura solo estaba adscrita a la Facultad de Ingeniería y de la que tomaron códigos orgánicos andinos, señala Moreira. Luego, sus seguidores consiguieron que se fundara una facultad independiente y otros, como Sixto Durán Ballén, se formaron en el extranjero.

Una primera base para catalogar parte de este patrimonio, dice Angélica Arias, exdirectora del IMP, es el registro de los Premios Ornato, que se entregan desde hace 106 años. Pero no todos son patrimonio moderno.
Afirma que en la institución reposan fichas de catalogación que se hicieron a partir de una consultoría que empezó en el 2017. Ahora, el reto es completar ese trabajo y proteger lo más valioso de los edificios y viviendas del siglo XX.

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