Para refutar ciertas tesis -sostenía el doctor Samuel Johnson- es innecesario presentar elaborados argumentos. Para comprobar la invalidez de aquel tipo de teorías basta solamente un acto directo, una acción concreta de nuestra parte, agregaba este eminente lexicógrafo inglés. Johnson se refería a las complejas teorías de Berkeley que intentaban demostrar que la realidad exterior no existe.
James Boswell -amigo y biógrafo de Johnson- se devanó los sesos buscando los argumentos que pudieran contradecir las ideas de Berkeley, pero nunca los encontró. ‘Su doctrina (la de Berkeley) es falsa, pero imposible de refutar’, concluyó Boswell, en algún momento de derrota y desaliento. Ante aquella prematura rendición, Johnson -un pensador más astuto que Boswell- pateó con fuerza una piedra mientras decía: ‘¡Yo la refuto de esta manera!’.
Cuando la evidencia es tan contundente y está disponible en todas partes no es necesario entrar en sofisticadas elucubraciones para contradecirla, indicó Johnson. En estos casos simplemente hay que actuar, pateando una piedra, por ejemplo.
Es hora que los ecuatorianos hagamos algo similar (metafóricamente hablando). El cierre de Teleamazonas y Arutam fue una decisión tan erizada de errores de fondo y de forma que ni siquiera es necesario presentar argumentos para criticarla. La Ley de Comunicación es una pieza tan malhecha que le exime a uno de esforzarse por buscar argumentos sofisticados que la contradigan. (No obstante, un sinnúmero de objeciones técnicas y legales han sido presentadas, incluso por organismos internacionales).
Cerrar medios de forma ilegal y coartar la libertad de expresión simplemente está mal. Punto. Esta es una verdad que no requiere mayor demostración. En este caso, la piedra que debemos patear los ecuatorianos es la que nos permita demostrar -una vez más- que nuestra soberanía individual basta y sobra para decidir qué información consumimos y a qué medio de comunicación le creemos.
Debemos impugnar -ya no tanto con argumentos sino también con acciones- cualquier decisión que limite nuestras libertades. ¿Por qué un oscuro burócrata al servicio de un oscuro Gobierno de turno va a decidir qué es lo que a uno le conviene ver, escuchar o leer?
Está claro que el Régimen hará todo lo que esté en sus manos para controlar a la prensa libre y, a través de ella, a la libertad de pensamiento. Si finalmente alcanza este objetivo, es decir, si la Asamblea aprueba la Ley de Comunicación propuesta por el Ejecutivo, no podremos -como Boswell- rendirnos prematuramente y entregar nuestras libertades así sin más.
Como el doctor Johnson, deberemos seguir pateando una piedra para decir ¡Yo opino! ¡Yo creo! ¡Yo discrepo!