Redacción Cultura
Dicho lo cual ya se puede seguir. Santiago Gamboa va cruzando por los 44 años y desde los 20 vive en Europa y Asia saltando de ciudad en ciudad, como si persiguiera algo, o como si lo persiguieran a él. Esta es su novena novela y probablemente la mejor. Con ella ganó el premio La otra orilla 2009, del sello Norma.
Esta es, groseramente resumida, la trama: un escritor recibe una invitación para participar en un congreso en Jerusalén, el Congreso Internacional de Biógrafos y de la Memoria. Allá encuentra un grupo de personajes de disímil y exuberante extracción moral.
Está, por ejemplo, una ejemplar actriz porno (quien es la responsable de unos “lineamientos para un porno de izquierda”), un anticuario húngaro obsesionado con las vidas ejemplares, un empresario judío colombiano desplazado por la violencia. El más interesante es José Maturana, un ambiguo pastor de una secta cristiana, alucinada y posmoderna que ha terminado sin nadie en el cielo pero sí con unos pocos en la cárcel. La construcción de este personaje atormentado es la mayor virtud literaria de la novela.
Su ponencia -narrada como las otras, en primera persona- es un evangelio salvaje y muy instructivo sobre cómo un lumpen latino de Miami se convierte en el mesías de miles de feligreses hambrientos de creer en lo que sea.
Gamboa reconoce la influencia de ‘El decamerón’, de Boccaccio en su novela. En efecto, esa narración medieval, que da la voz a varios personajes aislados por la amenaza de la peste, gravita provechosamente en la obra.
Esos hombres y mujeres también están encerrados en una ciudad asediada por la muerte y acompañada por una guerra que parece durar desde el principio de los tiempos. Allí, encerrados contando sus vidas o las de los otros, resguardan la memoria del mundo, ese inútil pero dulce consuelo que deja la muerte.