De enero a noviembre del 2015, el programa Cuéntame ha atendido 450 denuncias de casos de acoso en el transporte público. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Para Gabriela J., de 21 años, hay una regla de oro cuando viaja en bus: jamás se pone falda ni vestido. Considera que no es una medida extrema sino de protección, sobre todo desde que sufrió acoso sexual en el interior del transporte público de Quito. Ocurrió en noviembre del 2015, cuando se dirigía a la universidad utilizando un bus de la Ecovía.
Recuerda que fue en la mañana, antes de las 07:30, y que el autobús estaba abarrotado. Ese día llevaba puesto un vestido corto y tacos. Entró por la tercera puerta y se quedó cerca de la mitad.
“De pronto, sentí que alguien me metió la mano debajo del vestido y que unos dedos me tocaron la vagina. Me asusté, grité y traté de bajarme la falda. Regresé a ver, pero habían como cinco hombres alrededor de mí y todos decían que no fueron”.
Gabriela cuenta que se bajó de la unidad pese a que estaba a medio camino y que regresó a su casa en taxi. Estaba temblando. Ese mismo día, volvió a tomar el mismo bus, pero con pantalón. “Yo sentí que fue mi culpa, por la ropa que usé, unas mujeres murmuraron eso cuando pedí ayuda. Luego entendí que no, que simplemente hay hombres pervertidos; pero igual es mi forma de cuidarme”, dice.
La gente la apoyó en el bus
Casi igual de grave fue la experiencia que vivió una joven de 17 años. Fue en junio del año pasado, poco antes de las vacaciones del colegio. Carolina M., viajaba también en un Ecovía repleta. Ese día estaba tan llena la unidad que no podía alcanzar ninguna agarradera. “Yo iba más preocupada por mi mochila, que no me robaran”. Llevaba puesta su pantalón de calentador y debajo una lycra. “Un hombre metió su mano en mi pantalón para agarrarme la nalga”.
En su caso ella sí pudo identificarlo porque minutos antes sentía que ese hombre se acercaba demasiado. “Le di un golpe en la cara, pero ese hombre se portó más violento”. Le reclamó a la joven, le dijo que él no fue e incluso le insultó. “Recuerdo claramente que me gritó, delante de la gente, que él no tocaría a personas gordas ni con guantes”, cuenta la joven. Esa vez, la gente sí la ayudó, pero en lugar de entregarlo a los policías metropolitanos lo hicieron bajar de la unidad. “Es algo tan feo que se queda adentro, una sensación de inseguridad”, cuenta.
Miedo a viajar en la noche
Wendy, de 28, años, también se sintió así cuando un hombre le propuso favores sexuales. En su caso, fue una noche de mayo del 2015. Había salido con un amigo y regresaba en Trole a las 22:00. “Yo nunca he sentido miedo por viajar sola, pero esa vez un hombre me hizo sentir vulnerable”, cuenta. El desconocido se sentó frente a ella y desde ese momento no apartó su mirada.
“Me sentía muy incómoda, pero no sabía si reclamarle o no, así que solo miré hacia otro lado”. En un momento estaban casi solos en la unidad y él aprovechó para pedirle sexo oral a cambio de USD 20. “Le mandé a la mierda. Por suerte el conductor del bus se levantó a ver lo que pasaba y llamó por radio para pedir un guardia”. Pero el hombre dijo que el guardia no lo podía detener, que solo la Policía lo podía hacer, así que se bajó y se fue. Desde ese día cuenta que tiene miedo viajar en la noche en bus.
Le insulté, se bajó y se fue
Una cuarta víctima es Lorena, una mujer de 49 años. “Yo creía que esas cosas le pasaban a las chicas, pero un hombre me rozó con el pene”. Fue hace solo un mes cuando regresaba a su casa del mercado. El bus no estaba vacío. Un hombre se le acercó por la espalda. “Estaba excitado. Fue una fea experiencia, pero yo le golpee, le di con una bolsa de papas, le insulté, luego él se bajó y se fue”.