Colombia ha mirado hacia el sur con prepotencia. Descuidó la frontera, permitiendo que la narcoguerrilla impusiera su ley, con gravosas consecuencias para nuestro país. De este lado no se prestó la debida atención a esa vecindad y la negligencia permitió el tráfico de armas para las FARC, el paso de sus drogas y las continuadas incursiones de sus hombres armados en nuestro territorio. Esta situación fue creando un clima de mutua desconfianza, hasta que Ecuador tomó una posición activa protestando por las fumigaciones con glifosato, a las que Colombia por un buen tiempo no dio atención, alimentando un conflicto que se pudo evitar con una dosis de sentido común.
Así se produjo el bombardeo al campamento de las FARC en Angostura, con clara violación de los más elementales principios del derecho internacional, que nuestro Gobierno invocó con firmeza, obteniendo el respaldo de la OEA y el Grupo de Río.
El talante de los presidentes de las dos repúblicas – autoritarios, egocéntricos, viscerales – inflamó la controversia, en momentos en que los mandatarios tenían los ojos puestos en las encuestas, y optaron por el micrófono, en lugar de dejar que actuara la diplomacia. A esos canales conviene volver ahora que en Colombia hay un Canciller que está explorando nuevos senderos y que en el Ecuador ha sido nombrado un Ministro que tiene acceso a los oídos del Presidente y que parece no ser de aquellos que sienten la misión cumplida con solo calentar la poltrona ministerial. Ya ha tenido la iniciativa de proponer el apoyo de un centro de conciliación, que podría ser el Carter o bien el presidente Lula, una vez que la OEA, una vez más, ha fracasado en Honduras y cuenta con un Secretario más preocupado en encontrar votos para su reelección.
Si existe la voluntad política de los mandatarios no será difícil encontrar vías de entendimiento, manteniendo los postulados de una política soberana, sin repicar campanas cuando redoblen en Venezuela, que exija de Colombia control de su territorio, respeto al nuestro y responsabilidad con los miles de sus ciudadanos que han sido aceptados como propios y, de nuestra parte, el compromiso de continuar el combate a la droga y al uso de nuestras tierras por las FARC, que son los principales enemigos de los dos Estados.
El modelo sería el que opera entre Francia y España, que han logrado una eficiente cooperación de sus fuerzas de seguridad para acabar con el flagelo de ETA. A más de ello sería útil que la palabra en tema tan delicado la tengan el Presidente y el Canciller, silenciando a los espontáneos y a los que buscan protagonismo en los medios, que solo consiguen enturbiar más las aguas.