Parroquias rurales de Chimborazo se quedan sin jóvenes

Los adultos mayores Manuel Janeta y su esposa Agustina Asqui, permanecen en la comunidad Cacha Obraje. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

Los adultos mayores Manuel Janeta y su esposa Agustina Asqui, permanecen en la comunidad Cacha Obraje. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

Los adultos mayores Manuel Janeta y su esposa Agustina Asqui, permanecen en la comunidad Cacha Obraje. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO

Cacha, Licto, Puela y Bayushí parecen solitarias. Entre semana se ve poco movimiento en esas parroquias de Chimborazo. Por las calles solo circulan adultos mayores y los integrantes de las pocas familias que aún permanecen en sus casas y trabajan sus cultivos.

La mayoría de jóvenes migró a las ciudades. Casi todos salieron con la meta de profesionalizarse en universidades y colegios técnicos, o para obtener empleos con un salario fijo.

En las parroquias hay casas deshabitadas, campos vacíos que se quedaron a cargo de los vecinos, o que están abandonados, y la población se reduce tanto que las proyecciones demográficas son negativas.

Según estudios del Municipio de Riobamba, en Cacha la proyección de crecimiento demográfico es de -2,82%, en Flores de -1,36%, en Licto de -0,67% y otras seis parroquias registran un mínimo crecimiento de la población.

“Las comunidades están solitarias y en silencio. Somos muy pocos los que nos quedamos”, cuenta Manuel Pilco, presidente de la Federación de Comunidades de Cacha, una parroquia situada a 30 minutos de Riobamba.

Él pertenece a la comunidad Cacha Obraje, que antaño era famosa por las artesanías textiles. La vía de acceso a esa comunidad es de segundo orden, las calles son de tierra y la mayoría de viviendas está construida con bloques de lodo y paja. Allí la migración siempre fue fuerte, pero en los últimos 10 años se intensificó por la falta de fuentes de empleo y el cambio en las aspiraciones profesionales de las nuevas generaciones.

Pilco contabilizó 30 familias integradas por unas 150 personas, que se mudaron a Quito, Guayaquil y Riobamba. Él dice que la salida de la población se debe a la escasez de agua, lo que impide que los cultivos prosperen, y a la irregularidad de los precios en el mercado de los cereales que se producen ahí, como la cebada y el trigo.

La mayoría de habitantes es adulto mayor. Ellos se encargan de las labores del campo, y los de edad más avanzada, quienes ya no pueden trabajar, subsisten con el dinero que les envían sus hijos desde las ciudades.

A diario se les ve caminar con atados de hierba para sus cuyes y conejos. Muchos de ellos son muy recelosos y prefieren no hablar con extraños.

“Los jóvenes ya no están interesados en el campo, y nosotros como padres tampoco queremos impedir que progresen. Subsistir de los cultivos es difícil, y sin una profesión no podrán conseguir un buen trabajo, por eso les enviamos a la ciudad”, cuenta Juan Gualán, de 56 años.

Él y su esposa permanecen en la comunidad, mientras que sus tres hijos viven en Riobamba. Ellos usualmente les visitan cada tres meses en su casa.

Manuel Janeta y su esposa María Agustina Asqui, ambos de 90 años, también viven solos en su casa antigua. Él recuerda que antaño en Cacha el movimiento era intenso y la economía era muy próspera.

“En todas las casas había talleres de tejido. Los compradores venían con mucha frecuencia y nos dejaban pedidos, pero luego el negocio se terminó y la gente empezó a salir”.

Pedro Brito, presidente del Consejo de Juntas Parroquiales de Chimborazo, cuenta que esta tendencia se repite en las parroquias de los 10 cantones. Aunque la entidad no cuenta con información estadística, la migración es uno de los temas abordados en sus asambleas, debido a que los efectos -como el abandono de los campos y la soledad de los adultos mayores- son evidentes.

Licán y San Luis, dos parroquias situadas a cinco minutos de Riobamba, son las únicas que muestran un crecimiento demográfico. Esos sitios, por estar cerca a la ciudad, se han convertido en receptores de familias migrantes.

“En Licán teníamos 10 barrios y ahora son 36, hicimos un cálculo y vimos que el 40% de los habitantes son migrantes. Las familias llegan de todos los cantones”, dice Brito.

El movimiento vuelve a las comunidades en las fiestas parroquiales y en Carnaval. En esa época, considerada la más importante para el sector indígena, la gente retorna incluso desde el extranjero.

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