Indígenas evangélicos recibieron charlas sobre finanzas personales, el jueves pasado. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
En sus brazos derechos usan una pulsera blanca que tiene como eje la leyenda: “Soy del páramo”. Son profesionales: ingenieros en Finanzas y Banca, Auditoría, Contabilidad, Marketing, también son abogados. En su lugar de trabajo usan los trajes tradicionales de Chimborazo. Es su uniforme.
Son los trabajadores de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Andes Latino. De los 28 empleados, la mitad se autodefine como indígena y la mayoría nació en Guayaquil hace menos de tres décadas. Sus padres son migrantes chimboracenses. La manilla, dicen, la usan “con orgullo”, tras el paro nacional que se registró entre el 3 y el 13 de octubre del 2019.
Ese rescate de identidad en las nuevas generaciones, los kichwas costeños, es una de las reivindicaciones que legó el reciente levantamiento, según representantes de organizaciones de este pueblo.
Explican que uno de los retos históricos ha sido romper los estereotipos en un entorno en el que ha primado el racismo.
Pero este escenario también se convirtió en una oportunidad para impulsar el fortalecimiento político de esta población en la urbe porteña que, hasta ahora, no ha sido posible. El paro -explican- fue un impulso para su visibilización.
De acuerdo con el Concilio de Pastores Evangélicos Quichuas del Ecuador, la población indígena en Guayaquil pasó de 10 000 en 1990 a 250 000 en el 2019. El 75% de ellos es guayaquileño de nacimiento. De acuerdo con datos del INEC, este año se proyecta una población total de 2,7 millones en la urbe porteña.
Esa expansión le ha permitido a este grupo tener representaciones en los sectores educativo, financiero, social y empresarial. Sin embargo, han carecido de una presencia política más fuerte.
En las seccionales pasadas, Octavio Suárez, de Pachakutik, alcanzó apenas el 0,29% de los votos para la dignidad de la Alcaldía de la urbe.
En la Unidad Educativa Intercultural Bilingüe Rumiñahui hay profesores indígenas. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Simón Luis Gualán, director del Concilio, distrito Litoral, reconoce que políticamente hay tres factores que han impedido su mayor participación proselitista-política.
El primero es que muchos continúan sufragando en la Sierra. El segundo, es que -pese a que se han organizado a través de la religión– están dispersos entre los distintos barrios guayaquileños.
El tercero, y que más les ha costado superar, es que los hijos de los migrantes chimboracenses reconozcan su ascendencia. “Pero tras el levantamiento se despertó ese orgullo en los jóvenes, no nos molestó que nos digan que somos del páramo, más bien nos dio fortaleza. Los kichwas costeños, la nueva generación, conoció nuestra organización”.
Esto es en referencia a las declaraciones que hizo el exalcalde Jaime Nebot el pasado 8 de octubre. Ese día, al responder la pregunta de un periodista sobre la posible llegada de indígenas a Guayaquil, Nebot dijo: “Recomiéndeles que se queden en el páramo”.
Gualán es cabeza del Concilio que en la ciudad concentra a 130 iglesias, en las que se congregan entre 50 y 700 personas en cada una. Estima un total de 60 000 asistentes, de los cuales 70% es indígena, nacido en la urbe porteña.
Alfredo Pilataxi, gerente de la Cooperativa Andes Latino, recordó que la institución nació en el 2004 con 12 socios indígenas y un capital de USD
3 000 en el mercado de las Cuatro Manzanas. Hoy son 12 000 socios y el capital llega a casi USD 1 millón.
Él nació en Colta, pero su esposa e hija son guayaquileñas. A sus 39 años cree que actualmente hay una nueva generación profesional que ha marcado distancia de la actividad comercial en los mercados.
Indica que ahora los jóvenes tienen otro tipo de visión, de sueños, pero aún hay desventajas. “Hay marginación, por ello no ha habido una propuesta política, los jóvenes kichwas tenían vergüenza hasta de hablar en kichwa”.
Con él coincide Ana Caranqui, de 30 años. Hace 27 llegó desde Riobamba con sus padres y seis hermanos. Hoy tiene 20 sobrinos guayaquileños. Todos entienden kichwa, pero no lo hablan.
Ella es profesora de matemática en la Unidad Educativa Intercultural Bilingüe Rumiñahui. En su salón se mezclan niños mestizos e indígenas. En todo el establecimiento, 800 tienen ascendencia indígena, de los 2 250 alumnos.
En Guayaquil hay cuatro establecimientos bilingües. Caranqui recuerda que el pasado 9 de octubre marchó junto a líderes indígenas en la avenida 9 de Octubre, para pedir por la paz en el país. Y, entre consignas, se defendió que también son guayaquileños.
“Después del paro noté que se ha rescatado la identidad, los chicos antes no querían los uniformes originarios”.
José Valente, rector de la Unidad Educativa, cree que hoy existen jóvenes preparados que aportan al desarrollo local en sus distintos sectores.
En contexto
El día de la Independencia de Guayaquil, la dirigencia evangélica indígena que vive en esa ciudad se manifestó en la avenida 9 de Octubre. Pidió paz para Ecuador y la no exclusión de este pueblo, porque la mayoría es guayaquileña de nacimiento.