El Papa visita Birmania, tres meses después de 'una limpieza étnica'

Un autobús circula junto a una pancarta que le da la bienvenida al papa Francisco, en la región Bago de Birmania, el 22 de noviembre del 2017. Foto: EFE

Un autobús circula junto a una pancarta que le da la bienvenida al papa Francisco, en la región Bago de Birmania, el 22 de noviembre del 2017. Foto: EFE

Un autobús circula junto a una pancarta que le da la bienvenida al papa Francisco, en la región Bago de Birmania, el 22 de noviembre del 2017. Foto: EFE

El papa Francisco realizará la próxima semana una visita de cuatro días a Birmania (Myanmar), tres meses después de que este país fuera escenario de lo que Naciones Unidas no dudó en calificar de "una limpieza étnica de manual".

Más de 600 000 rohinyás se han visto obligados a refugiarse en la vecina Bangladesh desde que el Ejército lanzara una operación que ha reducido al menos a la mitad la población de esa comunidad musulmana en la nación asiática, donde padece la condición de apátrida.

La incursión militar se centró en el estado de Rakáin, una franja costera que es el hogar tradicional de los rohinyás en el oeste birmano y donde esa minoría ronda ahora los 250 000 miembros, según la Oficina de la ONU de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).

Antes de la incursión de los soldados -que incluyó cientos de asesinatos, violaciones múltiples y la quema de pueblos y cultivos-, se estimaba que el número de rohinyás alcanzaba los 900 000 en Rakáin, y superaba un millón en toda Birmania.

Los gobiernos de Naipyidó y Dacca iniciaron esta semana una negociación de alto nivel para repatriar a los refugiados rohinyas, en un proceso que, en el mejor de los casos, será lento.

La falta de censos fiables de esa comunidad -a la que Birmania niega la ciudadanía por considerarla "bengalí" pese a que su presencia en Rakáin está acreditada documentalmente antes de crearse el actual Estado birmano-, plantea graves problemas de identificación.

Y muchos desplazados han expresado su rechazo a regresar a su país de origen, mientras, aunque con menor intensidad, el éxodo continúa; según organizaciones humanitarias, cientos de rohinyás cruzan aún a diario la frontera con Bangladesh en busca de refugio.

La huida masiva ha roto el equilibrio demográfico en Rakáin, donde habitan dos millones de personas de otras étnicas y credos, que en ocasiones han participado en la persecución de los rohinyás, que no es la primera vez que sufren acoso oficial y popular.

Ya antes de la actual operación -que sigue en marcha en Rakáin, donde la administración militar ha sustituido a la civil-, los rohinyás estaban confinados en áreas de internamiento y, entre otras restricciones, tenían prohibido alumbrar más de dos hijos.

Pero la incursión lanzada en agosto tras un ataque del grupo armado Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan (ARSA) contra varios puestos militares y policiales en el que murieron una decena de uniformados, no tiene precedentes en la historia reciente del país.

El drama rohinyá le ha costado agrias críticas a la líder birmana Aung San Suu Kyi, que ha perdido el prestigio internacional que ganó tras permanecer en arresto domiciliario por 15 años bajo el anterior régimen castrense, lo que le valió el premio Nobel de la Paz.

"La opinión que tiene Suu Kyi sobre el asunto rohinyá no se diferencia en realidad mucho de la que tenía el régimen militar que la precedió en el Gobierno", dice a EFE Phil Robertson, subdirector de Human Rights Watch para el Sudeste Asiático.

"No quiere reconocer la gravedad del problema", mantiene Robertson, quien subraya que "además, Suu Kyi tiene límites", en alusión al control que aún mantiene el Ejército sobre la política local, como parte del compromiso para restablecer el poder civil.

A esa presión se suma la que práctica el clero budista, marcadamente antiislámico y cuyo apoyo fue decisivo en el aplastante triunfo de la Liga Nacional para la Democracia (LND) de Suu Kyi en las elecciones de 2015, que la auparon al Gobierno.

Esos comicios reinstauraron el sufragio universal tras décadas de regímenes militares pero, paradójicamente, no solo han desembocado en un agravamiento del problema de los musulmanes rohinyás; también han ahondado la brecha religiosa en términos de representación.

EL islam es la creencia del 5% de los más de 50 millones de birmanos, en su 90% budistas, pero por primera vez desde la independencia en 1948, en el actual Parlamento del país, de 440 escaños, no se sienta ningún diputado de ese credo.

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