Desde que comencé a escribir para este Diario, una de las ilusiones más grandes que tenía era el diálogo con los lectores.
Por supuesto que estaba consciente que tendría que enfrentarme a todo tipo de opiniones y de posturas. Yo estaba feliz y dispuesto a recibir e intercambiar ideas con personas con puntos de vista radicalmente distintos a los míos.
Incluso, conocía que eventualmente recibiría ofensas o insultos por parte de lectores que no estaban dispuestos a intercambiar ideas conmigo, puesto que las ideas distintas les parecerían simplemente inconcebibles.
Pero lo que no esperaba era el enorme volumen de estos últimos. Al punto en donde al publicar una opinión se siente como entrar en un ‘ring’, o pararse frente a un pelotón de fusilamiento.
Así, aquella diferencia de pensamientos que pudiese ser el origen de un agradable y fructífero intercambio de ideas se torna en un estéril envío de golpes.
Por ejemplo, hace poco argumenté que el origen de la crisis mundial era, entre otros, la falta de regulación de los mercados financieros en los países desarrollados. Recibí un mensaje de alguien que discrepaba, argumentando que la crisis es una consecuencia de las políticas de Clinton.
Me ilusioné ante la posibilidad de discutir estas impresiones, hasta que leí el fin del mensaje, “haga el favor de no ser tan ignorante, remedo de articulista”.
“¡Qué payasada de opinión!”, “usted me da asco”, son el tipo de condimentos con los que los lectores comentan las ideas de otras columnas y de otros diarios también.
Es así como he podido ver la envergadura del estado de virulencia intelectual de nuestra sociedad.
Es una actitud que inunda toda la realidad nacional, y va desde el presidente, las instituciones, hasta los ciudadanos. En nuestro país se discrepa
con insultos, y no se hace una distinción entre lo que son argumentos pertinentes a un tema, con los calificativos de quien tiene una postura distinta. Recuerdo cuando se dio la manifestación contra Correa en la Universidad Católica, uno de los gritos de los estudiantes era: “¡Correa, maricón!”.
No sé hasta qué punto la situación crítica del país, o el ambiente de desesperación por alcanzar el progreso, son la causa de que la gente tenga este estado de agresividad respecto a todo aquello que orbita en torno a la política, o la economía.
Y, precisamente, en el sistema democrático la vida cotidiana se desenvuelve en un estado de constante diálogo. Entonces, no es una sorpresa la crisis democrática del país. En una sociedad donde las posiciones se rechazan de una manera tan virulenta, el diálogo es imposible.