Paco Moncayo ahora libra su batalla por la Presidencia

En 1995, en un recorrido por Base Sur. Paco Moncayo dirigió las operaciones en la guerra con el Perú. Foto: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

En 1995, en un recorrido por Base Sur. Paco Moncayo dirigió las operaciones en la guerra con el Perú. Foto: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

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El capitán del Ejército quiso mostrar a los cadetes cómo ejecutar un ejercicio en las argollas. Sorprendió. No era común que un oficial lo haga. Corría 1970.

Paco Moncayo saltó a los anillos, pero algo salió mal. Cayó... Tuvo fracturas en tres vértebras. La cirugía tardó siete horas, la recuperación, meses. El mensaje que envió a sus subalternos, sin embargo, duró más. En la lógica militar, el mando es todo. El entonces cadete Luis Hernández sintió orgullo de tener cerca a alguien capaz de arriesgarse para predicar con el ejemplo.

En 1995, en un recorrido por Base Sur. Paco Moncayo dirigió las operaciones en la guerra con el Perú. Foto: Andrés Jaramillo / EL COMERCIO

Eso pesó en 1995, durante el conflicto armado con el Perú, en el Cenepa. A Hernández (Crnl. en servicio pasivo) le confiaron el mando de la unidad Miguel Iturralde. Ahí compartió con Moncayo, responsable de las operaciones. Lo vio visitar cada destacamento. Mantener vivo el espíritu de los soldados era clave para ganar la guerra. En cada cuartel, Moncayo habló con voz firme, frunciendo el ceño, arengando contra el enemigo.

Ahora reedita esos tiempos. Ha visitado sus ‘destacamentos’ en 27 ciudades. Dejó las botas y el uniforme de camuflaje. La campaña electoral la hace en jean y camisa. Ya no frunce el ceño cuando se dirige a sus simpatizantes. Habla pausado, cálido, como si le contara un cuento a alguno de sus seis nietos.

En los tiempos del conflicto estuvo al frente del ‘cuarto de guerra’. Ahí se analizaba el avance del conflicto y se tomaban decisiones con el Estado Mayor. Hoy hace lo mismo, aunque prefiere llamarlo ‘cuarto de situación’. No quiere que su campaña se asocie con una guerra. En el campo de batalla, el éxito depende del empleo de la fuerza. “En la política deben ser los argumentos”.

El cuarto se instala, por lo general, los lunes, con su Estado Mayor: Geovanny Atarihuana, de Unidad Popular; Cecilia Velasque, de Pachakutik; Wilma Andrade, de la Izquierda Democrática (ID); Solanda Goyes, Juan Sebastián Roldán, Luis Verdesoto, Fausto Camacho, Andrés Vallejo, de la ID.

“Siempre me impresionó que un general tenga conceptos de respeto a los principios democráticos; de escuchar a todo el mundo”. Vallejo es quien lo destaca.

Esa característica, además de su formación como planificador y estratega, hicieron que el expresidente Rodrigo Borja se fijara en él, cuando terminó su servicio militar. Se reunieron en su oficina; en febrero de 1998, en La Mariscal.

Moncayo tenía un plan de retiro. La universidad, la cátedra; su otra pasión, iban a acogerlo. Pero Borja lo asedió: “Acaso en este país hay tantos líderes como para que se refugie en una cátedra”. Moncayo aceptó ir por la ID al Congreso.

La experiencia de su padre, Francisco Moncayo (+); asambleísta constituyente y diputado por Chimborazo. Así como el consejo de su madre, la docente Aída Gallegos (+) lo ayudaron en el Legislativo.

Fue un trampolín para ganar la Alcaldía de Quito en el 2000 y ser reelegido en el 2004. La recuperación del Centro Histórico y la dotación de agua potable y alcantarillado le significaron aplausos.
Pero la instalación del relleno sanitario en el Inga, que devino en protestas violentas, terminó en pifias. La concesión del aeropuerto de Quito lo enfrentó con el presidente de la República, Rafael Correa, en 2007. El Primer Mandatario lo calificó como un “atraco”.

Moncayo respondió acudiendo a la Fiscalía a pedir que lo investiguen. No se hallaron irregularidades.

En 2009 dejó la Alcaldía. Para Vallejo fue su mayor error político. “Debió ir a la reelección. Ahora se hubiera podido convertir en la alternativa (más fuerte para la Presidencia)”.

Moncayo se quedó sin exposición mediática desde el 2013, cuando culminó su función como legislador de Pichincha. Y entró tarde a la actual campaña por el cabildeo en el Acuerdo Nacional por el Cambio y la ID, para elegir a una figura que represente a la centro-izquierda.

“Su liderazgo es innegable”, dice Atarihuana. “Todo el mundo lo respeta y cree en su palabra”. Pero no todos… Para el expresidente Abdalá Bucaram es un general ‘golpista’. El gran gestor de su caída, en 1997.

Desde Panamá cuenta que Moncayo estuvo con él un día antes de que se inicien las protestas y el derrocamiento. “En el carro, Moncayo me dijo: mira como el pueblo te ama… cómo pueden decir que no tienes respaldo popular. Estaba intentando que no tenga visos de lo que se venía”. Para Moncayo lo del vehículo es un mito creado por Bucaram para justificar sus errores.

La caída del expresidente fue uno de los momentos más difíciles para la familia de Moncayo. Su esposa, Martha Miño, no pudo dormir durante el 5, 6 y 7 de febrero de 1997. “Pese a lo difícil que ha sido, siempre hemos apoyado sus decisiones”. Ahora también la de querer ser presidente. Miño resalta la paciencia de su esposo, la tenacidad y el ser un trabajador inalcanzable.

Pocos colaboradores han logrado seguirle los pasos, como William Samaniego, su secretario particular. Lo conoció en el 2000. El oficial había pedido la baja para estudiar una maestría en seguridad, en España. Recuerda que Moncayo le pidió que sea su ayudante; a nadie más podía decirle que comience el trabajo igual que él, desde la 05:00, que labore fines de semana o que conteste mensajes a medianoche. Había régimen militar.

Desde entonces Samaniego acompaña al candidato a todas partes. Sube con él las gradas cuando llegan a la oficina. Son siete pisos. Moncayo no usa el ascensor; prefiere el ejercicio.

Su buena condición disimula los 76 años de edad. A diario dedica al menos una hora a la actividad física. Por la noche, en cambio, no puede ir a la cama sin leer sobre historia o geopolítica. Admira a Mao Tse Tung. Conjuga todo, dice; es estratega, estadista, líder.

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