En cumplimiento de su fatwa expedida en 1998: “Todo musulmán tiene el deber de matar norteamericanos y sus aliados”, y de sus palabras pronunciadas tres semanas antes de la hecatombe: “haré algo espectacular que los americanos no olvidarán durante años”, Ossama Bin Laden planificó, financió y dirigió el secuestro de los cuatro aviones de pasajeros y su estrellamiento contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington el 11 de septiembre del 2001, con el resultado de 3 248 muertos. Lo hizo en nombre de la lucha contra los ‘infieles’ y de la grandeza de Alá. Días más tarde, al confesar su inmensa felicidad por los atentados, expresó su agradecimiento profundo a Alá por el éxito de la operación.
El mundo vivió horas de horror al ver las imágenes de televisión en vivo y en directo. Primero apareció en la pantalla la torre norte incendiada y humeante. Eran las 08:46 de la mañana.18 minutos después vimos aproximarse un avión grande a baja altura y embestir a la torre sur. El mundo vio absorto cómo se derrumbaban los dos gigantescos edificios en el sector financiero de Nueva York con miles de personas inocentes adentro. En ese momento ya no quedaba duda: era una acción terrorista muy bien coordinada. Minutos más tarde la TV informó que un tercer avión se había estrellado contra el edificio del Pentágono y un cuarto, presumiblemente destinado al Capitolio o la Casa Blanca, se había precipitado a tierra en Pennsylvania y no pudo alcanzar su objetivo.
Las cosas estaban claras: era un ataque contra los símbolos del poder político, económico y militar norteamericano.
Bin Laden y su organización terrorista Al Qaeda fueron declarados enemigos públicos de los EE.UU. Las Fuerzas Armadas norteamericanas bombardearon objetivos militares en Afganistán —donde estaba la madriguera de Bin Laden—, mientras que los sacerdotes y ‘ulemas’ islámicos respondieron con la declaración de ‘guerra santa’ contra EE.UU. y sus aliados. No obstante, Bin Laden había trabajado para la CIA en los años 80 dentro del movimiento guerrillero de los “muyahidin” afganos que oponían resistencia armada a los invasores soviéticos y que lograron derrotar y expulsar de Afganistán sus tanques, en uno de los postreros episodios de la Guerra Fría.
Con el S-11quedó inaugurada una nueva dimensión del terrorismo: el terrorismo sin fronteras de bandas organizadas que actúan por encima de las circunscripciones nacionales y que cuentan con avanzada tecnología electrónica.
Estos modernos ‘kamikazes’ han producido un cambio cualitativo en el terrorismo, que se ha tornado más versátil y mortífero porque sus agentes, convencidos de que cumplen misión divina, no tienen interés en salvar sus vidas. Y eso da al terrorismo un radio de acción mucho más amplio.
La trágica apoteosis del nuevo terrorismo se dio en el 11-S.