Hugo Romo Castillo
Un ser humano ha muerto en Cuba. Se había declarado en huelga de hambre como rechazo a la tortura sistemática que se le aplicaba en prisión y según su madre fue llevado tardíamente al hospital. ¿Por qué ocuparnos de algo que allí ocurre con cierta frecuencia? Esta parece ser la una de las reflexiones de los activistas locales de derechos humanos, que guardan un silencio sepulcral ante un nuevo ejemplo de tortura en pleno siglo XXI.
Otra obvia reflexión es que nuestros activistas actúan según el bando al que pertenecen los torturadores. Cuando la tortura lleva el signo de la derecha o del “capitalismo salvaje”, entonces las demostraciones de repudio son incesantes, expresan su dolor en todos los foros imaginables y está bien que lo hagan.
¡Ah! Pero si el implicado es un “gobierno amigo”, de izquierda, la tortura no es igual. Tal parece que esas víctimas no merecen su atención peor su compasión, y hacen mutis en el foro, miran a otro lado, no es con ellos.
Incluso nuestro Presidente luego de lamentar la muerte del disidente cubano, carga las tintas sobre el bloqueo norteamericano, con un discurso que no es sino ‘copy-paste’ de las declaraciones de Raúl Castro. La lógica de ese discurso es muy sencilla: EE.UU. tiene la culpa que Cuba torture a sus prisioneros políticos por el bloqueo al que le somete a la isla (¿?). En tanto dure el bloqueo, parece hasta deseable aplicar la tortura a los disidentes, con tal de ‘sensibilizar’ a los norteamericanos.
Si aún viviera ese enorme coterráneo de Zapata, José Martí, aplaudiría la dignidad de Orlando y le dedicaría como un legado su frase recordada, vale más un minuto de pie que una vida de ‘rodillas’ (con alusiones personales).
Este doble discurso de los activistas de derechos humanos grafica su doble moral, por lo que esperamos que nunca más salgan de su descanso, en tan seguros sepulcros.