Orinar en la calle, más que una costumbre

En el parque El Ejido, ayer a las 10:00, un ciudadano se encontraba orinando frente a un árbol, a pocos metros de una batería sanitaria. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

En el parque El Ejido, ayer a las 10:00, un ciudadano se encontraba orinando frente a un árbol, a pocos metros de una batería sanitaria. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

En el parque El Ejido, ayer a las 10:00, un ciudadano se encontraba orinando frente a un árbol, a pocos metros de una batería sanitaria. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO

No hay lugar ni hora. A plena luz del día o por la noche. Frente a un árbol, a un poste, en la vereda, en el parque, en la plaza. Cuando las ganas de orinar son inaguantables cualquier lugar es apto para ello.

Existen sectores de la ciudad donde esto ocurre con mayor frecuencia. Antonio Sáenz, director de Operaciones y Servicios de la Empresa Pública Metropolitana de Aseo (Emaseo), señala el Centro Histórico y el sector La Mariscal como dos puntos problemáticos por ser lugares turísticos y de fiesta, donde aumenta la población flotante.

La Ordenanza 332, vigente desde noviembre de 2010, establece como contravención (artículo 103, numeral 9) los actos de escupir, orinar o defecar. Estas prácticas son sancionadas con el 20% de la remuneración básica unificada. La reincidencia implica el doble de la sanción.

Maritza Acebo, comisaria de Aseo, Salud y Ambiente de la Agencia, señala que se han realizado talleres en los diferentes barrios del Distrito para concienciar a los ciudadanos sobre la necesidad de cumplir la normativa. No obstante, sigue siendo una práctica frecuente.

Problemas de salud, en ocasiones, obligan a las personas a recurrir a esta práctica. Juan Simbaña, de 71 años de edad, asegura que él utiliza los espacios públicos para orinar porque sufre de la próstata y no puede aguantar por mucho tiempo las ganas de orinar. Ayer por la mañana, cuenta que no le quedó otra opción que orinar en una vereda, en dirección al arbusto, por la avenida Mariscal Sucre.

Sin embargo, en la mayoría de los casos se convirtió en costumbre, por diversos factores. “Existe una legitimación. En Quito es aceptable que esto ocurra, aunque pueda molestar”, señala el sociólogo Luis Verdesoto, quien atribuye el origen de este hábito a una costumbre de sociedades campesinas, en donde esto ocurre al aire libre.

El crecimiento de la ciudad es otro factor al que atribuye este problema: “Ahora nadie vuelve a su casa a almorzar, para luego retomar sus laborales. Los taxistas son especialistas en ubicar lugares para hacer sus necesidades. No van a sus casas. Son estrategias de sobrevivencia urbana por falta de servicios”.

Carlos Brunis, presidente de la Unión de Taxis de Pichincha, señala que anteriormente era muy común encontrarse a un taxista orinando en una calle, pero que está práctica es menos frecuente. “Antes las bombas de combustibles no te permitían usar los baños si no cargabas gasolina, pero ya no es así. Los compañeros aprovechan estos sitios o los lugares de comida”, explica.

Verdesoto aclara que no todas las personas manejan los protocolos urbanos de una ciudad, como por ejemplo el saber que podrían entrar a un centro comercial para ir a un baño o solicitarlo en un restaurante: “Hay conciencias de segregación, el qué me van a decir. No es solo falta de costumbre, también manejo de protocolos, donde puede haber discriminación”.

El representante de Emaseo aduce el problema a la falta de educación, pero también a la escasez de una infraestructura adecuada, como más baños públicos en la ciudad a donde las personas puedan acudir para hacer sus necesidades. “Hay que generar más conciencia ciudadana y aumentar el número de baterías sanitarias”, agrega el funcionario.

El Centro Histórico cuenta desde hace varios años con 12 baterías sanitarias ubicadas en diferentes puntos. En el último trimestre del 2016 se instalaron cuatro baterías en La Mariscal. El objetivo, explica Sáenz, es extender el número de baterías a otros puntos de afluencia de gente. Los parques metropolitanos y mercados municipales también cuentan con baños públicos para visitantes.

La Comisaria de la Agencia de Control señala como causas del problema la idiosincrasia y el facilismo. “Por eso es importante culturizar al ciudadano para que exista esa conciencia de que no podemos orinar en la vía pública sino en baños”.

Una ciudad se vive y experimenta con los cinco sentidos. Orinar en las calles y espacios públicos sigue siendo una costumbre arraigada, principalmente en personas del sexo masculino, en Quito. Esta situación, inevitablemente, afecta la imagen de la urbe.

El hábito de orinar en los espacios y vías públicas también afecta a la ciudad como destino turístico. “El lema de Quito Turismo es que experimentemos la ciudad desde todos los sentidos. Estas actitudes de ciertos ciudadanos impactan de forma negativa a las sensaciones que queremos activar”, señala Gabriela Sommerfeld, gerenta del ente público, para quien cambiar esta práctica depende de la educación, desde el núcleo familiar, y de los entes públicos competentes.

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